Señor director:
Trabajo hace años con jóvenes, especialmente con niñas en procesos de acompañamiento personal. Escucho sus historias, sus heridas, sus ilusiones, y me duele ver cómo cada vez más se normaliza aquello que las hiere por dentro.
Por eso, al leer el artículo publicado el 15 de octubre titulado “Buscan resignificar la industria webcam en el Eje Cafetero”, no pude quedarme callada. Se hablaba allí de “profesionalizar” y “legitimar” una industria que, según dicen, va más allá del desnudo. Pero no podemos disfrazar la realidad: eso sigue siendo pornografía, y el daño que produce no desaparece por cambiarle el nombre.
En mi trabajo con adolescentes he visto con preocupación cómo la cultura actual les ha hecho creer que la pornografía es algo normal, inofensivo, “parte de la vida moderna”. Muchos no dimensionan que detrás de cada video o imagen hay una historia de dolor, manipulación y vacío. No entienden que quienes participan -especialmente las mujeres- terminan siendo usadas como objetos de placer, y que cuando dejan de servir, son reemplazadas y olvidadas.
Esta supuesta “industria del entretenimiento” es una señal peligrosísima de la crisis de sentido moral que vivimos. Nos estamos volviendo incapaces de distinguir el bien del mal, de ver que la libertad sin verdad solo lleva a la esclavitud interior.
La pornografía no empodera, destruye. No libera, esclaviza. No enseña a amar, enseña a usar. Es una adicción silenciosa que daña el corazón y vacía el alma.
No necesitamos festivales que legitimen lo que destruye. Necesitamos esperanza, oportunidades reales, educación y acompañamiento emocional. Necesitamos recordarles a nuestros jóvenes que su valor no está en lo que muestran, sino en lo que son.
Resignificar el daño no lo hace menos dañino. Solo lo vuelve más peligroso, porque lo disfraza de libertad y lo convierte en moda.
Clara Inés Llano Uribe

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Resignificar el daño no lo hace menos dañino