Coherencia de papel y autonomía de trinchera
Habitar la Universidad Nacional en Manizales se ha convertido en un acto de resistencia frente a una realidad que se nos impone como un eco distorsionado del Nivel Central. No somos una isla, pero tampoco deberíamos ser el daño colateral de las convulsiones bogotanas. Lo que hoy presenciamos en la administración de la Sede trasciende la crisis burocrática; estamos ante la puesta en escena de un simulacro institucional, una narrativa en la que la coherencia ética ha sido vaciada de contenido para convertirse en un mero dispositivo retórico de supervivencia política.
La reciente coreografía de la Vicerrectoría de Sede ilustra esta fractura. La renuncia presentada ante la caída de la Rectoría del profesor Leopoldo Múnera, revestida de una supuesta dignidad política, se revela rápidamente como un acto performativo. Si la coherencia fuese una convicción ética y no una táctica de preservación del poder, no admitiría el reciclaje inmediato bajo una figura que representa la continuidad lineal -e ideológica- de la misma hegemonía cuya legalidad fue anulada por el Consejo de Estado. Nos encontramos ante una administración que simula rupturas para garantizar continuidades, atrapando a la Sede en un vaivén que responde a los cálculos electorales y no a las urgencias de nuestra comunidad.
Esta simulación se torna peligrosa cuando aterriza en la gestión del conflicto en el campus. Si bien el reto inicial de la saliente y entrante Vicerrectoría era recuperar la espacialidad de los edificios tomados en medio del paro que exigía la Rectoría del profesor Múnera, la administración optó por una “solución” que validó discursivamente la violencia; el problema no fue negociar, sino la naturaleza de esa negociación: la Vicerrectoría se sentó a pactar con “delegados de la toma”, una categoría política otorgada para garantizar el anonimato de quienes perpetraron el hurto y el daño al bien público de nuestra Sede.
Bajo las banderas de la “defensa democrática” de una Rectoría que posteriormente fue declarada nula, se tejió un manto de protección institucional sobre los victimarios. Al blindar sus identidades y elevarlos a interlocutores políticos sin exigir responsabilidades individuales, la administración no resolvió el conflicto; simplemente institucionalizó la impunidad. Las cifras son el testimonio material de este desastre ético: un detrimento patrimonial consolidado de más de $123 millones de pesos. Mientras se celebra la “recuperación” de los espacios, la administración admite, con una pasividad pasmosa, la ausencia de nuevos protocolos de seguridad, dejando instalada una certeza atroz: el bien público es un botín disponible para quien tenga la fuerza de tomarlo bajo la excusa ideológica correcta.
Y mientras el campus se fragiliza hacia adentro, la administración levanta muros de soberbia hacia afuera, distorsionando el concepto de autonomía hasta convertirlo en autarquía. La gestión de los recursos de la Estampilla Pro-universidad para las Aulas STEAM evidencia esta desconexión vital y el epítome de este cinismo administrativo. Estamos hablando de dineros sagrados, provenientes de impuestos ciudadanos con destinación específica, cuya ejecución reportada es irrisoria frente a los montos recaudados.
Frente al reclamo legítimo del Concejo de Manizales por la infraestructura y habilidades prometidas en la ciudad y el departamento, la Vicerrectoría opone una “interpretación semántica” conveniente, reduciendo el acuerdo de obras tangibles a “habilidades” abstractas, como si la retórica pudiera suplir la falta de equipos. La sentencia esgrimida por la hoy -de nuevo- vicerrectora en el Consejo de Sede, “la Universidad no marcha al son de los tambores que le tocan las entidades de afuera”, no es una defensa de la autonomía; es la confesión de un solipsismo peligroso. Esta postura fractura las relaciones fundamentales para el desarrollo académico y social de la Sede, demostrando que, para esta administración, la región es un cajero automático sin derecho a exigir los resultados esperados por el recaudo de los impuestos de sus ciudadanos.
Es imperativo deconstruir estos discursos. La Sede Manizales no puede seguir siendo el escenario de una coherencia de papel ni de una autonomía de trinchera. No podemos seguir siendo más este teatro de sombras donde la coherencia es una performance de renuncia y regreso, y la gestión pública un secreto de sumario. Necesitamos desmontar el simulacro para recuperar la dimensión ética de la gestión, donde los “delegados” no sean los artífices impunes del detrimento y donde la universidad se reconozca como parte vital, y no antagónica, del territorio que la habita.
Iveth Katherine Collazos Silva, representante de los profesores ante el Consejo de Sede Manizales de la Universidad Nacional.

Manizales, ciudad galardonada
Excelente que a nuestra bella Manizales le otorguen galardones y reconocimientos porque es un remanso de paz y de convivencia en medio de un país tan convulsionado como el nuestro, pero hay muchos detallitos que debemos corregir y he aquí algunos ejemplos. Está muy abandonada porque a los parques y sitios de recreación no se les trata como debe ser; es decir, no hay una entidad oficial a la que le duelan tales lugares. En segundo lugar y toca repetirlo, existiendo una empresa de aseo ultramillonaria, se ve en calles, parques y sitios como la Galería tanta acumulación de basuras que parecen sucursales del relleno sanitario. En tercer lugar, la incultura de quienes conducen automotores, porque se les ve cómo gozan cuando le tiran su moto o su carro a cualquier desprevenido transeúnte. Hay otros detalles que más adelante analizaremos, no sea que de pronto nos retiren los premios alcanzados y nos quedemos sin el pan y sin el queso como decían sabiamente nuestros abuelos.
Bernardo Molina Marulanda

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