Hay una minoría que al crecer mantuvo la afición infantil por los cómics. Sus miembros parecieran conformar sociedades secretas, pues enmudecen cuando hay legos y gentiles cerca. Es una minoría considerable: según datos desactualizados, el 7,8% de la población mexicana diariamente leía cómics en 2015. En España, acaparan el 25% del mercado editorial. Entre enero y febrero de 2009 el número 583 del Hombre Araña vendió más de 530 mil unidades en los Estados Unidos.
Según datos actuales, el pasado fin de semana se llevó a cabo el III Salón del Cómic y la Manga en San Sebastián, España. Es uno de los más importantes, junto con el de Barcelona. Los hay también en Francia, Italia, Argentina y México. En Cali se celebra Calicomix desde hace 25 años.
Para el gran público, los cómics son casi inexistentes. Solo quienes crían hijos o malcrían nietos ocasionalmente se enteran, cuando hay una película de moda.
Y pensar que los niños de los años 1950 y 1960 aprendieron a deletrear con las tiras cómicas, antes que con la triste ‘Alegría de leer’. En los periódicos había una página diaria para ellas y los domingos un suplemento a todo color, cuando ni siquiera las fotos de las noticias principales gozaban de semejante privilegio.
La edición dominical se repartía en casa. Papá reclamaba la porción del león: noticias políticas, página de opinión y avisos clasificados, por si pespuntaba algún negocio… o un empleo. Para mamá eran la social, los poemas de la revista dominical y el crucigrama; este para cuando “despachaba los destinos” caseros. Deportes los acaparaban los adolescentes, para enterarse de las alineaciones y recortar fotografías de futbolistas. Las jovencitas buscaban noticias de farándula y birlaban las sociales para enterarse de fiestas de 15 y presentaciones en sociedad. Y los chiquitos devoraban los ‘muñequitos’, en compañía de un tío que guiara la vacilante lectura.
LA PATRIA publicaba las peripecias de Tarzán, noble inglés criado por chimpancés, que cuidaba la selva africana de malhechores ayudado por el elefante Tantor y la ruidosa mona Chita. Su preciosa esposa vivía en un árbol, feliz al parecer. Por milagro, jamás cruzó caminos con El Fantasma, habitante de una gruta que parecía una calavera, quien a diferencia de su par arbóreo andaba vestido y armado.
Los aires de Metrópolis eran custodiados por el todopoderoso Supermán, quien se ocultaba de sus vecinos, no de sus lectores, detrás del cándido periodista Clark Kent. En tierra, Mandrake el Mago impartía justicia a punta de ilusionismo, siempre vestido de frac. Y cuando la cosa se ponía caliente, intervenía el trompadachín Lotario, príncipe africano devenido en guardaespaldas.
El ingenuo humor estaba a cargo del sagaz enano Benitín y el atolondrado y larguirucho Eneas. El final de la página estaba reservado para la gata de Tobita, la cual era simple comparsa en las aventuras de aquellos.
Los nuevos ricos de Pancho y Ramona exhibían elegante ordinariez. La vieja arribista zarandeaba de lo lindo a su más auténtico marido, porque conservaba las costumbres de los tiempos de pobreza. Y nadie hablaba de violencia intrafamiliar.
Cerraba el suplemento la vida cotidiana de Lorenzo Parachoques y Pepita su bella mujer, vecinos de un suburbio estadounidense. Era maltratado por el jefe, glotón y dormilón, pero tenía el respaldo incondicional de una esposa con una paciencia como no se ve en la vida real.
Las revistas mensuales eran para los pudientes. Los demás debían esperar a que las comprara el zapatero del barrio. Las colgaba de un alambre y por diez centavos se podía leer una, sentados en incómodos banquitos. Nada de llevarlas a casa.
Estos héroes con principios dejaban en los niños sensaciones de bondad y protección. Vivían en una Tierra incontaminada y luminosa. Representaban el optimismo de su tiempo. Eran de los ‘nuestros’ y a nadie extrañaba que llevaran los calzoncillos encima de los pantalones, por capricho de los dibujantes.
Los superhéroes de hoy son torvos, oscuros, opresivos y duales. Habitan mundos extraños, caóticos, sin naturaleza. Los finales de sus aventuras son parcialmente infelices y no son definitivos. Reflejan esta época incierta y tecnificada, y son el capital de la próspera industria de los cómics. Una minoría suficientemente numerosa la sostiene y rinde secreto culto.
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