El pasado lunes finalizó la serie documental de seis episodios ‘Haciendo pasos’, transmitida por Telecafé. En teoría, su propósito era mostrar “la identidad folclórica del Eje Cafetero, resaltando los valores de la cultura regional a través de una de las manifestaciones artísticas más completas: la danza”. Fueron presentadas agrupaciones coreográficas cuyos montajes se basan en la investigación profunda de lo autóctono o en propuestas personales inspiradas en lo mismo, con poca o nula indagación.
Como presentador fungió el quindiano James González Mata, reconocido creador de la danza ‘Los macheteros’, hoy con estatus de representativa del folclor de su región. Según sus promotores, “ha investigado y descrito el folclor colombiano como pocos en el país” y “es pionero en generarle identidad a la región cafetera”.
Tal nimbo de grandeza no fue suficiente impedir que desde el primer capítulo, González pasara de investigador a inventor. Quizás llevado de la emoción, habló de “los tres departamentos que conforman Antioquia la Grande: Caldas, Quindío y Risaralda”. (¡Dios mío! ¿Hasta cuándo?).
La frase volvió añicos el trabajo de los gestores culturales que buscan hacer visible la verdadera identidad de esta región, maldecida por un antioqueñismo espurio. González recibió ayuda de uno de los grupos de Risaralda, que danzó sobre un ‘son paisa’ inexistente, que nadie ha podido precisar. En ese departamento son expertos en no reconocerse.
El director de otra agrupación invitada no pudo callar y envió una carta a los productores de la serie, en la cual aclara que la aseveración de González “es inexacta y no corresponde a verdad histórica ni cultural. En realidad, crea confusión acerca de la identidad, tanto del Departamento de Caldas como de la Zona Andina Colombiana”. El coreógrafo, éste sí investigador, agregó: “Mi departamento no forma parte de Antioquia la Grande, ni mucho menos el repertorio del grupo que dirijo, el cual es netamente caldense, con raíces autóctonas. Esto puede ser cierto para solo una de las cuatro provincias históricas que integran Caldas, pero no para las danzas que mi grupo lleva a escena, que se desprenden todas de cuidadosa investigación de campo y estudio histórico y no tienen raíz ni procedencia antioqueña”. Esa provincia es la antigua de Salamina, que abarcaba desde Aguadas hasta Manizales, mas Pensilvania.
Hasta ahí se podría pensar que en su propósito de hacer una contextualización histórica de lo que se mostraría a los televidentes, pero desprovisto de la información suficiente, el improvisado conductor echó mano del estereotipo, que no por repetido es verdadero. Es el inconveniente de hablar de lo que no se conoce. Pero como la ignorancia no sirve de excusa, el error es imperdonable.
Hubo otro desaguisado, tanto o más grave: los editores suprimieron todas las menciones a los orígenes caucanos de una danza caldense, que el vocero de un grupo ofreció para sustentar el montaje que se presentaría. Cabe preguntarse por qué omitieron una referencia históricamente comprobada y resaltaron una mentira gigantesca como la de Antioquia la Grande. ¿Será su ignorancia tan auténtica, como diría Mafalda, o hubo mala fe?
Deplorable que una idea tan buena, y necesaria, como llamar la atención del público acerca de la tradición coreográfica del Gran Caldas, hecha con esfuerzo, aceptable producción técnica, bonita fotografía y pésimo sonido, haya sido malograda por incompetencia intelectual o recóndita doble intención de exaltar lo que no ha lugar. Ya en fecha tan lejana como 1984, Alberto Londoño Álvarez, el inolvidable columnista de La Patria, escribió: “Yo tampoco creo que Caldas le deba mucho a Antioquia salvo la herencia de los frisoles y la arepa”. Ni eso, como se comprobó después.
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