Hace 50 años por estos días, el mundo estaba con los ojos puestos en la Luna. El 16 de julio había despegado de Cabo Kennedy la misión Apolo 11 que transportaba a los primeros terrícolas que pondrían pie en el polvoriento satélite. Hasta entonces, solo había servido para enriquecer mitologías, iniciar a astrónomos aficionados, alcahuetear encuentros amorosos, alborotar locos e inspirar en Julio Verne su novela premonitoria.
El despegue del cohete también lanzó la imaginación a distancias siderales. Había expectativa hasta en la adormilada Manizales de entonces, tan pagada de sí misma, tan ausente del resto del mundo: más allá de La Cabaña, La Esperanza y La Siria quedaban las tinieblas exteriores.
La expedición revivió el recuerdo del presidente Kennedy, cuyo asesinato en 1963 aún se lamentaba. Fue él quien lanzó el desafío de ir a la Luna.
Por otra parte, los once años precedentes estuvieron marcados por la carrera para conquistar el espacio, aspecto amable de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Las noticias fluctuaban entre los avances astronáuticos y el inminente estallido de una bomba atómica, “hoy en Vietnam, mañana en cualquier lugar del mundo”, hubiera dicho el soso Julioé Sánchez ante las cámaras.
Los nombres de Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins eran tan familiares como los de Paulo VI, Pelé, Los Beatles y ‘Maravilla’ Gamboa, estrella del Once Caldas. Los noticieros daban cuenta de la solitaria navegación por el vacío, para recorrer en tres días los 400.000 kilómetros que había hasta la meta, a 30.000 por hora.
Eran días de más expectación que noticias. Solo se sabía que iban… La mayoría se estaba a lo que leía, veía o escuchaba, pero algunos suspicaces se preguntaban si los astronautas serían capaces de apuntarle a la Luna desde semejante distancia. Y si le daban, ¿podrían volver a la Tierra? La pregunta bastó para sacar a flote el tahúr de las contrapartes, y casaron apuestas.
También había incrédulos. No se figuraban que fuera una patraña yanqui para cogerles ventaja a los comunistas o una maniobra para distraer el enojo de los estadounidenses por la intervención de su país en la guerra de Indochina. Eran escépticos elementales; solo pensaban que el viaje era materialmente imposible. Como dijo un campesino, con lógica irrefutable: “No han podido venir de allá p’acá que es bajando…”. Pionero de la teoría de la conspiración.
Así se llegó al 20 de julio de 1969, cuando el hombre pisaría por fin la Luna. Las ventas de televisores no se dispararon, porque tenerlo no era indispensable, ni siquiera con semejante acontecimiento. En las casas donde los había, hicieron tamales, colaron olladas de café y acopiaron otras ricuras para atender a familiares y vecinos que se agolparían ante las pantallas, empotradas en imponentes muebles de madera.
Mientras el aparato de tubos entraba en calor, hubo ronda de aguardiente y tinto para enfrentar el trasnocho. Aunque la señal “en directo” se recibía desde horas de la tarde, lo verdaderamente emocionante sucedería después de medianoche. El famoso presentador Julio Eduardo Pinzón hacía breves intervenciones, para dejar escuchar los diálogos entre los astronautas y los científicos del centro espacial. Sus frases de acento nasal y vibraciones gangosas por la distancia, emocionaban a la gente, aunque solo unos pocos las entendían. En ese entonces no era imperativo saber inglés.
De pronto se hizo el milagro: comenzaron a llegar imágenes desde la Luna. Eran un pegote de luces y sombras en blanco y negro, pero se “veía” nítidamente a Armstrong descender, con el recóndito temor de que se abriría el suelo y saldría un ejército de marcianos a destrozarlo. Lo siguió Aldrin, mientras Collins aguardaba arriba en la cápsula. (Uno se lo imaginaba con la nariz pegada al vidrio, aburrido, como cuando los hermanos salían de paseo y a uno lo dejaban castigado).
Fue emocionante verlos dar saltitos por el polvoriento piso, con un horizonte negro al fondo. Después vendría el despegue del módulo Eagle, que se acoplaría con la cápsula, para emprender el largo regreso a la Tierra.
Aquella madrugada fue difícil dormir. Acabábamos de ser testigos de una gran hazaña. Hace medio siglo todos fuimos a la Luna.
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