Cuando ni siquiera era bachiller, desperté a la vida política, cerciorándome que en Caldas tres eran los mandones del conservatismo: Gilberto Alzate, Fernando Londoño y Silvio Villegas. Fui rabiosamente alzatista. Las visitas a los pueblos se convertían en un alegre carnaval. Vaya este ejemplo: Gabriel Henao era el cura párroco de Samaná. Bernardo Ocampo, el comandante, pero detrás era dictatorialmente impositiva su sotana. El Mariscal, hace 70 años, dio la orden de hacer visita a la tierra de los palanques. Juan Botero Trujillo, Marino Jaramillo Echeverri, Sergio Aristizábal y este columnista, fuimos comisionados para predicar nuestra doctrina a los campesinos del lejano oriente.
La carretera, entonces, solo llegaba hasta el río La Miel. Inenarrable fue nuestra sorpresa al encontrar más de 200 jinetes que, alicorados, gritones y con banderas azules, nos aguardaban. Nos tenían reservados los mejores alazanes de la región. Entre vítores y voceríos frenéticos iniciamos el ascenso. Los caballos estaban enardecidos. De sus belfos se desprendían espumarajos, las orejas bien paradas, y menudeaban sus cascos musicalmente sobre un empedrado compacto. Fue inmensa la sorpresa cuando llegamos a la población. Varios miles de campesinos esperaban, capitaneados por el presbítero Henao. Éste era el jefe civil y militar de Samaná. Comunidades piadosas, autoridades civiles, colegios y escuelas, bastoneras, banda de música, pólvora escandalosa, todo aquello era un maremoto de júbilo. Reventaba de copartidarios la plaza pública. Desde el atrio de la iglesia, el párroco pronunció una catilinaria ardorosa de bienvenida. Por la noche, en la Casa cural, nos ofreció un banquete. El domingo frente a un público vocinglero, pronunciamos nuestras arengas. Ahora suelto carcajadas cuando recuerdo el comienzo de mi discurso: “Godos cachorrudos de Samaná”. Después de tres días de intenso alcohol, nos pudimos escapar.
Murió Alzate y vino la égida de José Restrepo. Era un líder tranquilo, exquisito en la amistad, carraspeaba insistentemente, le gustaban las fondas camineras, y hacía parrandas cordiales con los dirigentes municipales. Muy al alba salía de los clubes alto de copas, cansado de parlar anécdotas.
La muerte se llevó a Restrepo e irrumpieron Rodrigo Marín y Ómar Yepes. Inteligente el primero y muy talentoso el segundo. Rodrigo sabía manejar un coqueto arribismo social, que muchos dividendos le reportó. Mientras los demás dirigentes llegábamos a los pueblos con dolor de cintura y empolvados, el vanidoso hijo de Villamaría descendía de un estruendoso helicóptero financiado por sus amigos ricachos. Después de su viaje a la eternidad, Luis Emilio Sierra heredó su movimiento. Este marsellés fue eficaz parlamentario, de verbo fácil y ahora, en su columna de LA PATRIA, se nos ha revelado como un danzarín de la palabra. ¿Qué no decir de Ómar Yepes? Con vocabulario de Lamartine puedo afirmar que ha sido “un hombre-época”. Más que política, ha hecho historia. Cerebral, organizado, olfativo, leal, testarudo, insistente, proficuo legislador, serio en sus compromisos, sin odios y generoso. Mientras los políticos con morboso placer devoran carne humana, Yepes jamás maneja improperios verbales contra nadie. Lo digo yo que tan cerca estoy de su corazón.
Ha llegado la hora del relevo. Porque la parca sí, y porque los años también, estamos estrenando comandos. Los nuevos próceres casi acaban con el Partido, zancadillándose los unos a los otros y jugando con una maldita baraja la túnica sagrada de nuestra ideología. Nos estaban extinguiendo. La falta de una dirección férrea ha propiciado un impresionante flujo de deserciones. Estamos de regreso de esa sangrante vespertina. Una tropa moceril ¡por fin! ha resuelto tomar la dirección de mi colectividad. Los conservadores nos morimos de la dicha con esta selecta jerarquía que habrá de restablecer principios y disciplina. Se elegirán directorios en todos los municipios y regresaremos a las convenciones. Aceptaremos sus resultados.
Esta es la galería de jóvenes caudillos que configura el relevo generacional. Félix Chica, presidente. Brioso, denodado en la lucha, arisco y cerril. Sabe contagiar un optimismo triunfalista. Edgar Arnoldo Zapata, vicepresidente, Carlos Andrés Giraldo, secretario. Además son miembros del nuevo Directorio Jorge Hernán Yepes, Mauricio Londoño, Ignacio Alberto Gómez, Ómar Reyna, Edgar Corrales, Carlos Alberto López, Carlos Hernán Serna, Amparo Vásquez de Laverde, Andrés Arrubla y Gloria Amparo Arias.
¿Para qué la política? Para conquistar el poder. ¿Para qué el poder? Para todo. Fundamentalmente para fijar un derrotero ideológico. No se puede llegar a las plazas públicas para hacer discursos bobalicones, con retórica pueril. La mente del elector hay que llenarla de lontananzas sublimes, pisando horizontes que lindan con las estrellas. En torno de los principios está el ser humano, epicentro del universo.
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