A pesar de su etimología, para nosotros no expresan la misma idea los sustantivos ‘impostura’ e ‘imposición’. En su artículo de El Tiempo, la columnista Melba Escobar escribió: “…en que la maternidad siga siendo una suerte de mandato divino, un decreto, una sentencia, una impostura de la sociedad por encima del libre albedrío” (20/1/2020). En esta oración, evidentemente, no se trata de una ‘impostura’, sino de una ‘imposición’, porque el término ‘impostura’, aunque viene remotamente -como ‘imposición’- del verbo latino ‘imponere’ (‘poner en, poner sobre; imponer, infligir’), tiene las siguientes acepciones: “Imputación falsa y maliciosa. // Fingimiento o engaño con apariencia de verdad”. Algunos de sus sinónimos: ‘calumnia, suposición, falacia, doblez, embuste’. E ‘imposición’, el término lógico en la frase glosada, además de otras acepciones, tiene la siguiente: “Exigencia desmedida con que se trata de obligar a alguien”, que sí manifiesta lo que quiso decir la señora Escobar.
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Me parece que Al Gore, además de luchador en favor de este gastado planeta, fue vicepresidente de los Estado Unidos. Es, por lo tanto, una palabra -aludo a ‘gore’- conocida por todos los que algo saben de la política mundial. Pero, como sustantivo, tiene que ser desconocida por quienes no están familiarizados con el idioma inglés. ¿Para qué, entonces, usarla en un periódico manizaleño? La he leído en los artículos sobre series de televisión del periodista Leonardo Pineda, la siguiente, la última vez, sobre la serie ‘Ares’: “…y me parece que el gore se ha excedido un poquito en la trama…” (LA PATRIA, 22/1/2020). Si el castellano no tuviera las palabras para traducirla, estaría bien si explicada, pero nuestro idioma las tiene, que, de acuerdo con el contexto, podrían ser las siguientes: ‘sangre (derramada), matanza, carnicería, sacrificio sangriento, asesinato, mortandad, degollina’. Mucho de donde escoger, señor Pineda.
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Copiada también del inglés -y traída de las mechas, me atrevo a decir- usan ahora algunos ‘expertos’ el adjetivo ‘contraintuitivo’, que, por supuesto, supone el verbo ‘contraintuir’ y el sustantivo ‘contraintuición’. Lo leí en una columna de Yolanda Reyes sobre los resultados de lectura en las pruebas Pisa de alumnos colombianos que lograron el nivel 5. Dice así: “…porque ‘son capaces de ‘comprender textos largos, manejar conceptos abstractos o contraintuitivos…” (El Tiempo, 27/1/2020). El adjetivo inglés es ‘counterintuitive’, que el MacMillan English Dictionary define de la siguiente manera: “Contrario de lo que parece obvio o natural”. En Google, ¡dónde más!, encontré la siguiente definición: “Contraintuitivo significa contrario a lo que parece intuitivamente correcto o correcto (sic). Una proposición contraintuitiva es aquella que no parece probable que sea verdadera cuando se evalúa usando la intuición, el sentido común o los sentimientos intestinales”* (Educalingo). Entre paréntesis, estos ‘sentimientos intestinales’ ¿serán lo que Cervantes llamaba ‘el gobierno de las tripas’? En serio: antes de conocer esas definiciones, interpreté el adjetivo como la calidad del conocimiento que se adquiere por medio del raciocinio, de la experimentación, del estudio, en oposición precisamente a la de lo que se adquiere por medio de la intuición (“facultad de comprender las cosas inmediatamente sin necesidad del razonamiento”). Si mi interpretación es correcta, ¿para qué el adjetivo ‘contraintutivo’? Ganas de complicar las cosas, porque basta con hablar de ‘conocimiento intuitivo’ y ‘conocimiento racional’. * Nota: “Sentimientos intestinales”: traducción literal, inexacta como pocas, de la locución inglesa ‘gut feeling’, que quiere decir ‘intuición, corazonada’.
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La prosa del escritor Eduardo García Aguilar es amena y, en términos generales, castiza. Esto no obstante, en su columna del 26 de enero cometió el siguiente error de concordancia: “Era un maestro excepcional, comprometido, apasionado y entregado como buen polaco a su disciplina y los que trabajamos con él debían siempre ser excelentes” (LA PATRIA). Como habla en primera persona del plural (‘trabajamos’), el verbo ‘deber’ tiene que ser construido también en primera persona del mismo número, ‘debíamos’. Elemental, tanto, que tuvo que ser un desliz, nada más.
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