Uno de mis buenos amigos, cátedra siempre de buenos modales y sabiduría diaria, gustaba en el momento de verlo de una jugosa fruta que saboreaba con deleite; al saludarlo me atreví a decirle que él era exquisito en su comida, que la fruta atraía por su sabor, color, aroma y valor nutricional.
Al contestarme me dio una de sus salidas llenas de solidez y sabiduría que me cubrió como sorbo tan exquisito como la fruta aquella: "mira, me dijo, el exquisito es Dios que nos alimenta a diario con manjares de alta nutrición y vigor, sabor delicioso y deleite para nuestros sentidos".
Me sacudió, lo confieso: su elevación a la realidad profunda es real y de alta enseñanza; es verdad, como dice Josué al hablar al pueblo de Israel: "Dios nos da una tierra hermosa que no hemos creado nosotros y nos nutre con frutos de cosechas que no hemos sembrado"; la tierra prometida alcanzada después de intensas jornadas fue conquistada por el mismo Dios para darla a su pueblo y los tapices verdes que se vuelven multicolores cuando están preñados de frondosa cosecha son alimento para todos que pide ser distribuida como en la multiplicación de los panes y peces y no privatizada y encerrada para unos pocos como es destino de la economía moderna que encierra lo valioso y deja las migajas para la mayoría hambrienta.
Ese día oré mejor que nunca al dar gracias por la comida que iba a consumir en la mesa familiar y me pareció ver la mano de Dios que colocaba tan alimenticios y sabrosos manjares en la mesa de todos y para todos; vienen de Él, de su generosidad creadora, de su cuidadoso amor para con todos.
Es verdad; exquisito es Dios en su amor y en su cuidado para todos; el cosmos entero con sus misterios infinitos que asombran, los mares y ríos junto a las montañas y valles todos repletos de alimento para los hijos de esta tierra de Dios, hace que broten los salmos como cantos y danzas de entusiasmo y gratitud.
La fe indiscutiblemente da una mirada que va más allá de lo superficial e inmediato, que profundiza lo sublime, que aclara lo borroso a la vista natural, que llena de sentido desde el nacer hasta el morir.
Un nuevo nombre aprendí ya viejo: Dios es el Exquisito, el cuidador de todo y de todos; no debo olvidar agradecer, adorar y alabar; a cada sorbo y mordisco debo hacer memoria del Exquisito para estar en gozo, sonrisa, amor y asombro.
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