Esteban Jaramillo
@estejaramillo
Como a los entrenadores, a Jorge Enrique Vélez lo contrataron “por bueno” en Dimayor, con arrebatador entusiasmo, y lo echaron “por malo”. Lo despidieron sin honores, días después de ser ratificado, por “amplia mayoría”.
Llegó como redentor y se marchó hablando como Simón Bolívar.
No le dieron indemnización. Le pagaron su silencio.
Se marchó por incómodo para los intereses de muchos clubes, que nunca ocultaron su malestar. Su discurso no lo respaldó con acciones confiables, por su actitud politiquera, con promesas no cumplidas.
Su gestión, ni desde el fútbol, ni para el fútbol. Su desparpajo al hablar, con espíritu impetuoso y conflictivo, lo alejó del camino ideal para sobrevivir a la pandemia futbolera.
Dejó en el camino un saldo de perdedores. Con énfasis en el fútbol, como juego o industria, por la decreciente confianza del pueblo en sus dirigentes, que lo recomendaron, lo posesionaron, lo respaldaron y luego le dieron salida.
Con su salida no terminan los problemas del fútbol, simplemente entran en tenso sosiego en las trincheras de los presidentes de los clubes enfrentados.
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