Según la RAE, la palabra oclocracia se define como el gobierno de la muchedumbre, y creo que la palabra tiranía no es necesario definirla. Podemos también definir a la oclocracia como un estado de ingobernabilidad como resultado de la aplicación de políticas demagógicas. (Polibio, historiador griego, en su obra Historiæ, sobre el 200 AC llamó oclocracia al fruto de la acción demagógica y la definió como la tiranía de las mayorías incultas). Llegados a este punto, podemos asociar ambas palabras, porque es justamente lo que muy hábilmente el aprendiz de tirano ha logrado hacer en nuestro país.” (Rómulo E. Lander).
Lander se refería a otro país. No imaginó siquiera que estaba definiendo perfectamente lo que está sucediendo en Colombia. Una campaña que se promocionó como una “economía naranja”, jugosa y dulce, convertida en el jugo de un limón agrio y en proceso de descomposición.
¿Quién pudo hacer eso en Colombia? Dicen que fue un tal Iván. ¿Cómo ha podido hacerlo sin que alguien se oponga? Porque es un simple títere, inexperto, carente de sólida formación académica, requisito mínimo para manejar los destinos de un país. Hablo de alguien que ignora o viola los principios elementales sobre los que se levantan las verdaderas democracias.
Su mayor logro ha sido quitarle audiencia al “Minuto de Dios”, con la “hora de Iván”. Un programa diario en el que pontifica sobre un virus que ya sobrepasó los 800.000 contagiados en Colombia y que ha dejado cerca de 30.000 muertos.
Números que parecen insignificantes, pero son una tragedia, para los que la han padecido o muerto por esa pandemia. Tan “insignificantes” como son los números de muertes de líderes sociales, estudiantes, manifestantes, los descontentos e inconformes, que tratan de expresar su desacuerdo con las políticas con las que estamos siendo gobernados, violando la Constitución y las leyes que rigen en Colombia, esas que, al menos en el papel, nos dicen somos una democracia, un “Estado Social de Derecho”.
¿Cuál Estado, cuál social, cuál de Derecho? Ese, el tal Iván, nos ha demostrado que asistimos inermes al intento de acabar con los principios que establece nuestra Carta Magna, que el bien común no hace parte de las prioridades políticas de los que hoy manejan este desangrado país. Creíamos que habíamos visto todas las formas de demoler la democracia en gobiernos anteriores, pero no, asistimos a la peor de las manifestaciones de un grupo político que tiene como objetivo acabar con la independencia de los poderes, arrasar la Carta Magna, y hacer de este país una cloaca a la medida de sus intereses personales, guiados por la “majestad” de ese que creen ungido, al que sus seguidores llamaron “El gran colombiano”, cuando en la realidad no pasa de ser un paisa muy cuestionado, con muchas explicaciones pendientes ante la justicia y el país.
Pero, el tal Iván no solo se ha encargado de cumplir las órdenes, sino que hace realidad una Colombia en la que la pobreza de millones es la causa de la riqueza de muy poquitos. De esos poquísimos que se apoderan de tierras ajenas, que declaran baldíos con la complicidad de funcionarios inescrupulosos, que carecen de todo principio básico de humanidad, legalidad y respeto por el bien ajeno. También, el tal Iván ha logrado hacer lo que teóricamente era imposible: acabar con las “ramas del poder”, que independientes y de verdad en manos de quienes controlan, le dan peso y piso a una democracia. Aquí todos los poderes los tiene en sus manos: maneja el ejecutivo, el legislativo, y el judicial, sin que exista un verdadero control para sus extralimitaciones y excesos, en su “actuación” como primer magistrado de la Nación.
Creíamos que estabámos lejos de ser como el vecino, pero la realidad demuestra que estamos peor, solo que hipócritamente disimulada por unas canas de mentiras, que esconden a un aprendiz de verdad: el tal Iván.
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