Hoy llevamos apenas 95 días de la posesión de Iván Duque como presidente de Colombia. Parecen una eternidad, cuenta tenida de la cantidad de naderías que se han hecho. Política barata, con sofisticado disfraz; esa que nos sale carísima a los colombianos. La pagamos con tributos por todo y para todo; impuestos que golpean a los menos favorecidos, porque tienen el cuento, falso por demás, de que si hacen recaudos a los grandes empresarios, ellos se llevarán sus capitales y cerrarán sus empresas, causando desempleo.
Con esa falacia engañan. Los empresarios y grandes industriales, los dueños de los monopolios del poder y del dinero, no abandonarán este filón inagotable que tienen, en un país marcado por la desigualdad y la injusticia. Pueden ser lo que quieran, pero de pendejos no tienen nada. Ellos saben que aquí, en este país de desigualdades infranqueables, siempre tendrán las de ganar. Siempre podrán aumentar su capital y su riqueza crecerá sin que importe cuáles sean los costos que tengan que pagar por ello.
Aparece un presidente, eso era realmente: un aparecido político; un hombre que ha mentido mucho, desde títulos que no tiene, pasando por la inexplicable compra de un apartamento en el exterior, coincidiendo con un viaje que hizo con Óscar Iván Zuluaga, para recibir el patrocinio de Odebrecht, empresa que en un escándalo de corrupción sin precedentes, se hizo a contratos en Colombia, pagando miles de millones a los que servirían de intermediarios para que les adjudicaran los mismos.
Ese improvisado presidente, impuesto a dedo por Uribe y el Centro Democrático, sabiendo ellos que les realizaría los mandados y las encomiendas, disfrazadas con discursos veintejulieros, aprendidos con su padre (QEPD), escuchando las grabaciones de políticos de vieja data y mayor estatura intelectual que la suya, que se aprendía de memoria, como si estuviera en trance de repetirlos hasta la saciedad.
Su memoria fresca, porque tiene el cerebro todavía blandito; su actitud y su pose,una verdadera obra maestra de pasarela de reinado, en la cual, con altos y bajos, cambiando tonos, sin gritos estridentes, deja salir todo ese chorro de babas, con el cual engañó a los colombianos, y engatusó a muchos de los que por él votaron, para ganar (si es que las ganó en franca lid), unas elecciones, en las que se jugaba buena parte de lo que sería el futuro de esta maltratada Nación.
Pero ya con la banda presidencial cruzándole el pecho, con el juramento tomado por el cuasianalfabeta Ernesto Macías, realizado con toda la fanfarria del protocolo, se le olvidaron las vanas y múltiples promesas que había hecho. Terminado el discurso, se fue a llorar a donde su patrón Álvaro Uribe, quien lo felicitó, porque había salido bien de la comedia burlesca.
Entonces comenzó a viajar, que en eso se ha gastado buena parte del tiempo que lleva como presidente y bastante presupuesto, haciendo política al menudeo, prometiendo aquí, lo que no cumplirá allá; ordenando lo que no se realizara acullá, porque su función no es cumplir con un buen gobierno, sino hacerle el juego al que lo tiene de títere, ese que le da las órdenes, no otro que su jefe, con el que juega una muy perversa y bien planeada comedia, en la que él dice una cosa para que su mesías lo contradiga, en la aparente pero falsa parodia de no estar de acuerdo, cuando la verdad, todo está fríamente calculado.
Nombra a unos viejos y curtidos politiqueros, que hace aparecer como la gran renovación; nombra al reencauchado Carrasquilla, un exministro de su patrón, que intentó hacer lo mismo que hace hoy, algo sobre lo que la Corte Constitucional, en julio de 2003, ya había sentado jurisprudencia. Subir el IVA a los trabajadores y los menos favorecidos, es una característica de los feudos, de las repúblicas atrasadas en lo político e injustas en lo social. Una verdadera mina de injusticias y tribulaciones, para una población que no ha tenido alguien que esté preocupado por su bienestar y su progreso.
Carrasquilla, una afrenta a un país digno, que ha jugado con el agua y los recursos de los municipios, era el “sin tripas”, que necesitaba el que actúa como un títere, para presentar un proyecto, que contra toda lógica y razón, saquea a los menos favorecidos, para llenar huecos fiscales, de los que no se verán beneficiados. Si en este país la dignidad política existiera, ese no sería ministro, ya estaría siendo investigado y judicializado, por la tragedia económica que causó en 117 municipios, con el “paquete chileno” de los bonos de agua o “bonos Carrasquilla”.
El tiempo que es testamentario, le cobrará sin duda los desmanes y felonías, que se hacen con impostados disfraces de legalidad. ¡Ya lo verá #IVAnduque!
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