Manizales tiene el privilegio de contar entre su gente con dos ciudadanos de excelentes cualidades intelectuales, de una eficiente capacidad de gestión y de unas envidiables calidades humanas, dos barranquilleros que han invertido con el entusiasmo que los caracteriza, lo mejor de su tiempo en hacer que el Museo de Arte de Caldas entre muchas otras iniciativas de orden cultural, ocupe un lugar destacado en la ciudad y la región.
Ellos son Elvira Escobar Newman de Restrepo y Alberto Moreno Armella. De este último nos ocuparemos en este escrito, haciendo eco del homenaje que en días pasados le rindió la Universidad de Caldas por sus aportes a la promoción de la actividad cultural de la ciudad y muy especialmente en los campus universitarios.
Él nos enseñó desde que se vino a vivir a Manizales atraído por el amor de una mujer y por la calidad humana de su gente, a comprender la necesidad de que la actividad artística fuera parte de la vida cotidiana de la ciudad, una vía de excepción para hacer de ella el Campus de la educación, la ciencia y la cultura, visión que hemos refrendado todas las veces en que hemos insistido en develar un futuro acorde con la historia que hemos recorrido en estos 168 años de construcción ciudadana.
Con la paciencia del profesor universitario y la seductora dicción de un Caribe nacido en la Arenosa, se ha esforzado por todos los medios a su alcance en enseñarnos a VER. Muchas han sido las veladas en que asombrados hemos seguido el trazo de sus manos mientras explica el valor de una obra, bien se trate de una expresión plástica o de arquitectura o de música e incluso de literatura, una explicación generalmente animada con anécdotas que en su “discurso” tienen más visos de escena cinematográfica que de cátedra de experto, todo esto con risas espontáneas que pienso son sencillamente para felicitarse a sí mismo, como los cronopios de que habla Julio Cortázar en su “Vuelta al día en ochenta mundos” cuando recrea el concierto de Louis Armstrong en París de 1952.
Se nutrió de las tertulias de La Cueva “Un lugar único en el mundo”, que aún hoy funciona bajo el epígrafe “Aquí nadie tiene la razón”, donde por muchos años se reunió la bohemia intelectual de este país; personajes entre muchos otros, de la talla de Rafael Obregón, Gabriel García Márquez, Fernando Botero, Rafael Escalona, Cecilia Porras, o Enrique Grau de quien fue uno de sus mejores amigos, frecuentaron este emblemático bar y restaurante el cual por las mismas razones y por lo que generó para Colombia y el mundo, fue elevado a la categoría de patrimonio cultural de la nación; allí continúo avivando el conocimiento en el que se venía entrenando desde la infancia con su compañero inseparable de todos sus tiempos el escritor y crítico de arte Álvaro Medina con quien sigue debatiendo el día a día del mundo artístico; desarrolló también en este histórico lugar y con la misma gente la generosidad y el talento para interesarnos por las cosas de las cuales es un conocedor profundo.
“Hagamos historia” es la frase que utiliza en sus encuentros con la directora ejecutiva del Museo Elvira Escobar. Junto a ella y los arquitectos Gabriel Barreneche y Luz María Calderón, decidieron crear el Museo de Arte de Caldas, no concebía que una ciudad llamada a ser universitaria careciera de un lugar para enseñar lo mejor de su producción artística; pero también ha hecho historia y la seguirá haciendo con su capacidad para “descubrir” talentos y para enamorarlos y enamorarse el también al saber que sus obras ya hacen parte de la historia.
En la torre de estancias la Universidad Nacional de Manizales, el epicentro de las facultades de ingeniería realizó una serie de exposiciones de artes plásticas, promovió una activa programación cultural asistido por la convicción de que para una cualificada formación universitaria se debería trascender lo aprehendido en las aulas de clase, fue profesor de la escuela de arquitectura y curador por 17 años del Museo de Arte de Caldas, labor que nos ha permitido hacer un recorrido rigurosamente extenso por la plástica nacional. Ha cuidado con esmero de coleccionista el riquísimo patrimonio del Museo. Sabe la responsabilidad que tiene, con la memoria del tiempo, ser curador con la dedicación de Alberto, solo puede ser posible si se ama lo que hace y a fe nuestra que lo hace con toda la pasión de que es capaz.
Hemos sido partícipes de las tertulias ofrecidas en su casa, inmersos en un mundo de ensoñación y fantasía, cuya atmósfera está definida por los numerosos cuadros que forman la piel de sus espacios. Su sensibilidad por la música que le permitió deleitar como programador a la audiencia de Radio Cóndor o a los asistentes a los festivales de Jazz, le imprimen a la escena un ambiente festivo donde se recrea la vida y de donde se sale mejor de lo que se estaba al comenzar la velada: con más avidez y más ganas de vivir.
“Un Macondo Urbanizado” como diría García Márquez para referirse a algún electrodoméstico de Álvaro Cepeda Samudio dejado al azar en la memorable Cueva, una de las muchas neveras que había recibido en pago de cualquier cosa, que utilizó para guardar libros en ese bar de poetas al que tanto como a Alberto Moreno le debemos los colombianos.
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