Hace unos pocos años Manizales era reconocida como el Meridiano Cultural de Colombia. Una ciudad culta, cívica, de gente aguerrida, trabajadora, honesta, pujante y emprendedora. Con el pasar del tiempo, y por causas de variada índole, se han menguado esas características y ha habido una mutación de valores que incide directamente en nuestro desarrollo, infraestructura y calidad de vida. Y aunque hoy seguimos siendo el “Mejor vividero de Colombia”, la ciudad requiere de un cuidado especial que nos conduzca a la recuperación de esas fortalezas. Requiere que, desde su administración, se tracen estrategias que nos devuelvan una de las mayores virtudes de las que hacíamos gala: el civismo.
La RAE trae esta acepción: “Civismo. 2.m. Comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública.”. Y era eso, precisamente, lo que nos inculcaban en nuestra casa, y en colegios y escuelas. El ciudadano manizaleño se caracterizaba por su educación, buen trato, amabilidad, cordialidad y atención. Era respetuoso de los derechos de los demás y se cuidaba de cumplir fielmente con sus deberes ciudadanos. En los programas educativos públicos y privados eran obligatorias las cátedras de civismo y urbanidad, y se impartían con fervor y ejemplo.
Pero con el tiempo el sistema educativo involucionó y erradicó de sus programas estas cátedras, y su importancia disminuyó, dejando abandonadas a varias generaciones que pasaron por sus años de estudio sin recibir orientación alguna al respecto. ¡Qué cantidad de tiempo perdido!
Pero nunca es tarde. Con el inicio de unas nuevas administraciones a partir de 2020, es factible pensar en que en Manizales y Caldas se retomen estos temas, y se incluyan nuevamente el civismo y la urbanidad dentro de los planes académicos en escuelas y colegios, orientados a generar orgullo ciudadano, respeto por lo ajeno, acatamiento de las normas, convivencia pacífica, amor por su terruño y disposición para un trato amable, cordial y atento. La recuperación del civismo debería hacer parte importante de los programas de gobierno de todos los candidatos uninominales. Deberían hacer un pacto real, concreto y evaluable que nos garantice que, gane quien gane, se van a desarrollar programas que involucren a los ciudadanos, y les genere compromiso con su ciudad y departamento.
Muchos problemas de movilidad, basuras, seguridad, salud, drogadicción, prostitución y demás amenazas sociales se pueden ahorrar formando en valores a niños y jóvenes, e involucrando al núcleo familiar en su proceso formativo. ¿Cuántos de quienes hoy violan normas de tránsito, provocan escándalos públicos, sufren discriminación, acoso escolar, desadaptación social, etc., tuvieran un comportamiento diferente si hubieran sido educados en esos valores? ¿Cuánto dinero y tiempo nos ahorraríamos si los ciudadanos fueran conscientes de que la vida en sociedad tiene que estar fundada en el respeto hacia los demás y en cumplimiento de los deberes?
La educación no es solo el aprendizaje de las ciencias o materias básicas. Ni la acumulación de conocimientos consignados en libros o manuales. La verdadera educación se logra cuando el ciudadano se hace consciente de que vive en una sociedad que necesita de él, y se forma para sentirse orgulloso de contribuir al crecimiento social. Se logra cuando el respeto hacia los demás le impide asumir conductas que los vulnere, dañe o maltrate.
Y para esto es decisivo que las autoridades educativas se involucren. Y hoy es fundamental el compromiso de los candidatos a alcaldes y gobernadores para que inserten dentro de sus planes de gobierno la orientación educativa en ese sentido, y se comprometan a disponer de recursos humanos y físicos para desarrollar programas masivos de formación en valores en sus períodos de gobierno. Son programas que no cuestan mucho dinero, pero que generan una sociedad más comprometida, amable, civilizada y organizada.
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