Hace 100 años el universo de la ciencia era distinto al de hoy, y como en todo lo que le sucede al ser humano lo de ayer no era peor o mejor de lo que acontece en la actualidad. Simplemente era lo que sucedía en aquella época con todas sus fortalezas y debilidades que disponían quienes emprendían el sendero de la investigación que complementaba sus quehaceres cotidianos.
Así como ayer, lo que se descubre hoy es meritorio cuando se hace por los métodos convencionales que se idean y construyen para lograr los nuevos avances de la ciencia y por supuesto se incluyen las serendipias. Las normas modernas impiden, por ejemplo, que se empleen humanos en la investigación sin que se cumplan estrictas condiciones que permitan el respeto por la dignidad y la vida de aquellos que contribuyen al nuevo conocimiento, o a la confirmación del antiguo, para beneficio de la sociedad.
Las personas son proclives a decir que lo antiguo era mejor que lo nuevo, sobre todo cuando se refiere a conductas adoptadas por quienes vivían en años anteriores. Pero el ser humano ha evolucionado mínimamente en lo físico y fisiológico. Sin embargo, es evidente que su cerebro y la demostración de nuevas destrezas traducidas en nuevas ideas y obras, conducen a un ambiente que se transforma a cada instante con mayor rapidez.
El teléfono de magneto y luego el inalámbrico, junto a la máquina de escribir, fueron las bases para el desarrollo del télex y éste ha hecho posible la génesis de los impresionantes e indispensables sistemas de comunicaciones modernos. Ciencia y tecnología sin límites
Todo lo que hoy se utiliza o piensa utilizarse ha sido inventado o transformado en diferentes tiempos y con distintos intereses, pero solo con un fin en la distancia como es el servicio de la sociedad. Ahora lo que no sirva para los demás, con fines poco altruistas, no tiene lugar. El beneficio personal o de grupo no se contrapone a la bondad de lo investigado, pero la maldad también existe como cuando se piensa y se construyen instrumentos y elementos con metas destructivas.
Pero también las personas pueden modificar lo bueno para ser usado con maldad. Ello es imposible de predecir y menos de controlar, porque las acciones malignas de los humanos son imprevistas y esas son muy peligrosas. Los motivos y los resultados mundiales recientes así lo determinan.
La ciencia siempre ha tenido sus devotos por razones personales, familiares, sociales, religiosas o políticas y casi siempre por una mezcla de ellas en diferentes proporciones. La ciencia por la ciencia escueta, no existe.
Quien investigaba en los siglos XIV al XIX y en al menos la tercera parte del XX podía construir en solitario, pero poco a poco se fue imponiendo la necesidad de tener a su lado a otros que ayudaran o trabajaran en igual nivel de conocimiento o del saber complementario.
Las comunicaciones masivas periódicas especializadas sobre lo pensado, hallado o inventado eran muy escasas para finales del siglo XIX. El mecanismo de hacer saber a los demás lo que se ha logrado, se ha desarrollado de una manera impensable desde la década de los sesenta del siglo anterior. Hoy, en tiempo real, se conocen hechos que eran ignorados hasta ayer.
La lectura de comunicaciones científicas, ya no mensuales sino diarias hasta llegar a minuto a minuto, es desconcertante. La temática y la profundidad con las cuales son tratadas varían según los intereses de quienes investigan y escriben a nombre de sus instituciones.
En ciencia como en política, todo depende de las premisas, que cambian con el tiempo.
Ahora, la Organización Mundial de la Salud anuncia una vacuna contra el paludismo con solo 40% de efectividad, cuando otras oscilan entre el 80-98%.
El promotor de una vacuna contra el dengue que se aplicaba en Filipinas, ha sido sometido a una rigurosa investigación, junto con otros 19 y podrían ser acusados de homicidio.
Igualmente se reivindica que los primeros pobladores humanos en América parecen proceder de Chile.
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