Estirar la mano e invocar la caridad pública, como la prostitución, es un oficio muy antiguo, asociado a todas las etapas de la historia; y registrado en textos de literatura, en obras de arte pictórico y en documentos que son emblemas y guías de las distintas religiones, en los que se magnifica la pobreza como virtud y la caridad comparte honores con la fe y la esperanza. Así, la pobreza se asocia con los humildes y la caridad con los pudientes (al menos en teoría); y ambas premisas las utilizan los pastores de distintos credos, para reclutar adeptos con una mano y recaudar poder económico con la otra. La prostitución, en cambio, es la mala de todos los paseos. Jesucristo fue el único que enfrentó a la turbamulta para defender a una casquivana, lo que demuestra su espíritu humanitario, contrario al fanatismo de los “puritanos”, “sepulcros blanqueados”, que condenan a las meretrices de día y las buscan de noche.
La mendicidad es ambivalente, porque, así como inspira lástima, puede ser una actividad lucrativa. Una película de mediados del siglo XX, Dios se lo pague, protagonizada por Arturo de Córdova, cuenta la historia de un aristócrata que, disfrazado de mendigo, se sentaba en las gradas de Notre Dame durante el día a pedir limosna y de noche se vestía de frac para asistir a los eventos de la alta sociedad parisina.
Pero como, según Heráclito, “todo cambia, todo se transforma”, de un tiempo para acá, como parte de la perversión de la democracia, surgió una especie de mendicidad política, que reemplazó a las ideologías. Consiste en que las empresas electorales, interesadas en conquistar el poder para usufructuarse de los presupuestos oficiales, reparten dádivas a los ciudadanos más pobres, para que ejerzan el derecho al voto a su favor, sin mirar las consecuencias. Pago de facturas de servicios públicos, becas estudiantiles, mercados comunitarios, transporte barato, o gratuito; puestos de trabajo, jolgorios populares, urbanizaciones piratas…, son algunas formas de “remunerar” a los pobres para que voten por los caudillos populistas, que comienzan por financiarse con recursos mafiosos y una vez en el poder meten las manos en las arcas oficiales y obtienen recursos para mantener a los menesterosos electores, que son quienes eligen y reeligen a sus benefactores de momento, que a la larga serán depredadores o verdugos de toda la sociedad. Ante la inminencia de unas elecciones regionales en Colombia, en 2019; y posteriores parlamentarias y presidenciales, la gente que tiene algo de “maíz en el zarzo” (léase conocimiento y honestidad) debe abrirles los ojos a los pobres, que van tras caudillos populistas “como res pa’l matadero”.
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