El próximo domingo se llevarán a cabo las elecciones regionales. En un día, los colombianos tomaremos decisiones que impactarán los siguientes años de nuestras vidas. Están en juego políticas, programas, gobiernos y, ante todo, principios e ideales sobre los cuales se fundamentará el desarrollo local. En este escenario nada es trivial. Ni las ideas de los candidatos, ni sus antecedentes, ni sus proyectos, mucho menos sus relaciones o los apoyos que los ubicarán en estas posiciones.
Es imperioso comprender la importancia del voto. Como derecho, es un sueño largamente acariciado desde la antigüedad que solo se generalizó durante los últimos dos siglos, con la independencia de las colonias americanas y, posteriormente, al concluir la Primera Guerra Mundial, con la desaparición y modificación de las monarquías europeas. Otras serían las memorias si durante cuatrocientos años los judíos hubiesen participado de la conformación de la regencia egipcia en lugar de ser mancillados, o si los indígenas americanos, durante el periodo de conquista española fueran proclamados para cargos de públicos, en lugar de ser asemejados a bestias de carga y denigrados a las cadenas en su propia tierra. En Colombia, el derecho al voto se ha dado cuesta arriba. En 1810, se consagró de manera excluyente, suprimiendo tal prerrogativa a esclavos, analfabetas, mujeres y pobres. En 1910 se mantuvo el esquema existente, limitando el derecho para elegir presidente a los que supieran leer y escribir y tuvieran una renta anual de más de 300 pesos o un patrimonio de 1.500. Solo hasta 1936 se adoptó el voto adulto para mayores de 21 años, mientras las mujeres solo pudieron sufragar en 1954, irónicamente bajo la presidencia de Gustavo Rojas Pinilla.
Gracias a estas luchas el derecho a elegir y ser elegido se ha extendido en los sistemas democráticos modernos como pilar de su estructura. En este contexto, el artículo 40 de la Constitución Política de 1991, lo concibió como derecho fundamental que se debe acatar por hacer parte inalienable de la condición humana. En otras palabras, sufragar y aspirar, son dos caras de una moneda que se sumergen en la misma fuente. Al ejercerlo apropiadamente honramos la sangre que por milenios se ha derramado para garantizar las libertades que este principio nos otorga. Pero no votamos solo por la persona. Nos guste o no, lo hacemos por sus ideas, su sustancia, su biografía, sus amigos, por lo que fue, lo que es y la promesa de lo que será. También acudimos a las urnas por nosotros, por la diversidad que nos ampara y la identidad ideológica entre las convicciones del fuero interno y lo que este aspirante encarna.
Con estos preliminares, es una abyección la mercantilización del sufragio. Aunque los apremios de panza constituyan una penuria, ceder los derechos electorales a cambio de un beneficio muy temporal e ilegal es condenarnos a la misera y bajeza de los futuros gobernantes. Nada resulta tan lesivo para la sociedad que la elección irresponsable de sus líderes, pues de su trabajo se derivará el bienestar colectivo. En este derrotero es necesario enaltecer al contradictor y alinearse ideológicamente con los aspirantes. Lamentablemente, no sorprende que muchos de ellos se abriguen bajo las banderas de un partido que simboliza exactamente lo opuesto a sus principios.
Ideológicamente comparto la doctrina conservadora. Valoro el orden, la libertad que pondera el derecho ajeno, la iniciativa, la propiedad y la seguridad colectiva como cimientos de una colectividad que anhela el progreso. Con eso en mente espero los mejores resultados a los candidatos que representan esos valores como Sonia Villada para el Concejo de Pereira, Humberto Papo Amin para el Concejo de Bogotá y Jorge Hernán Yepes para la Alcaldía de Manizales. Esta declaración representa también una proclama de respeto hacia los poseedores de otros credos que militan en otras huestes.
Finalmente, quien se proclame victorioso deberá honrar sus electores, dignificar su nominación y hacer del gobierno un servicio público, recordando que elegir y ser elegido es un derecho que conlleva un deber más allá del beneficio individual y comportará la forma como sea evocado por sus ciudadanos.
Su voto es el resultado de sacrificios generacionales. Por ello antes de sufragar, considere si su candidato es merecedor de su confianza.
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