La conservación del medio ambiente es un reto internacional sobre el cual se requiere la participación activa de todas las naciones de la tierra. Con frecuencia se realizan seminarios, foros, congresos, o reuniones intergubernamentales para alertar sobre los graves impactos del calentamiento global o las consecuencias devastadoras del consumo irracional de los recursos naturales. Mucho se dice, pero poco se hace.
Nos hemos acostumbrado a que las estadísticas climáticas superan las previsiones de los expertos, y entre tanto observamos pasivos como el futuro se evapora en las cenizas que dejan los continuos incendios. El hecho más alarmante lo ha dejado Australia, que pese a tener un clima tradicionalmente desértico, ha registrado durante el último mes los dos días más calurosos de la historia con temperaturas de 40,9ºC y 41,9ºC en las zonas costeras y hasta 45ºC en regiones centrales, lo cual ha ocasionado los incendios más calamitosos que se hayan documentado en este subcontinente. En efecto, esta oleada de calor fue la génesis de un fuego colosal que ha dejado 26 muertos, 2.000 viviendas incineradas, 5 millones de hectáreas devastadas y más de 1.000 millones de animales desaparecidos en medio de las llamas. Las medidas anunciadas por el gobierno llegaron al extremo de sacrificar más de 5.000 camellos para evitar que éstos llegaran a asentamientos humanos en búsqueda de agua. Para concluir este dantesco panorama, la humareda generada amenaza con aquejar todo el orbe.
Pero este no ha sido el único desenlace caótico producido por el calor mundial durante el año 2019. Esta anualidad que fue la segunda más cálida de la que se tenga memoria, pues batió récords por todo el globo. De ello da cuenta Cuba, que superó los promedios atmosféricos en 33 oportunidades durante este periodo, llegando a los 39,1ºC. No bastando con ello, las lluvias en la isla fueron especialmente escasas en razón a la presencia del polvo de Sahara en la atmósfera, generando una sensación térmica cercana a la desesperación por la combinación extrema de calor y humedad. India acompañó estos sucesos con su cuota parte. La segunda nación más poblada informó a través de su servicio meteorológico que la última década “fue la más caliente jamás registrada en el país”, ocasionando el deceso de un millar de personas. Esta oleada infernal se ha movido por todo el planeta afectando incluso el Amazonas, región que ha visto multiplicar la deforestación en más de un 85% en comparación con el año anterior y ha sufrido las secuelas de crueles incendios forestales que han perjudicado severamente el ecosistema. Por su parte, Europa sorprende con temperaturas en invierno de 17ºC, cuando lo común deberían ser indicadores bajo 0.
Colombia no es ajena a esta realidad. Los últimos días han sido especialmente intensos en calor. Esta estadística ha venido presentando un incremento considerable durante los últimos años afectando de manera generalizada nuestra geografía. La “desaparición” de 13 de los 19 nevados que denotan una pérdida del 90% de su superficie, el aumento de los focos de calor en zonas típicamente frías y la sensible disminución del caudal de nuestras principales fuentes hídricas han dejado de ser predicciones de un sombrío futuro para convertirse en hechos ciertos.
Con todo, el verdadero cambio no se encuentra en la adopción de políticas sin dientes que aboguen por revertir este fenómeno, ni en la celebración de “conference of parties” que den marcha atrás en la utilización de los combustibles fósiles -principales responsables del efecto invernadero-. Aunque esto fuese deseable, no deja de ser una quimera romántica en un escenario donde las corporaciones procuran reportar un crecimiento constante, aunque para ello requieran servirse de sus conexiones y oídos sordos al padecimiento mundial en pro de los réditos que se presentan en los balances anuales. Esto quedó en evidencia con la decisión de los EE.UU. de abandonar el Acuerdo de París sobre cambio climático en 2017 para favorecer -como lo ha hecho- el crecimiento de su economía.
La transformación para hacer de este anhelado cambio una realidad surge de una conciencia individual, de la utilización racional de nuestros recursos, de concientización de la inutilidad del uso del plástico para actividades que no lo exigen, de un mesurado consumo energético evitando dejar la luz o el computador conectado de forma permanente, de la comprensión pronta sobre la huella de carbono que dejan nuestras acciones. En otras palabras, no podemos esperar que otros hagan por nuestro futuro lo que nosotros mismos no somos capaces de hacer en nuestro presente.
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