En el mundo actual digitalizado, que hace visible a cada persona y colectivo de forma rápida y masiva, la representatividad de los líderes y de las instituciones se ha empezado a horadar en medio de escándalos y crisis. En el presente, especialmente los más jóvenes han dejado de creer en las instituciones, cada cual se representa a sí mismo o a pequeños grupos, vota y decide desde su teléfono celular o computador, se toma la justicia por su mano y gestiona sus inconformidades expresando su gusto o disgusto en las redes sociales, movilizándose en la calle o realizando acciones de hecho frente a lo que cree que no le resolverán las instituciones existentes.
Por cuenta de esta transparencia obligada en las redes, el globo conoció en tiempo récord, no solo el potencial poder de Estados Unidos para eliminar a sus opositores manipulando la información, sino también del posible tráfico de influencias que hoy tiene al presidente Trump frente al llamado “impeachment” o destitución.
A la par que crece la visibilidad de los líderes y su falta de ética a los ojos del mundo, crece el malestar sobre la potencial o real connivencia de las instituciones en la corrupción, como en el caso del controvertido gerente de Nissan, el brasileño Carlos Ghosn, capturado por malversación de fondos en el 2018 en el Japón y prófugo en el Líbano desde el 31 de diciembre de 2019 de manera inexplicable.
Colombia no se escapa por estos días de sus propios escándalos que suman al escepticismo nacional. Además del malestar por la corrupción, las denuncias por interceptaciones ilegales hechas desde batallones del Ejército a periodistas, magistrados, gobernadores, congresistas y militares, suman a la sensación colectiva de crisis de líderes éticos y de instituciones eficientes. La colectividad heterogénea y el individualismo que busca reivindicar causas propias se toma la justicia por propia mano, castiga y deja en el escarnio sin mediación de juicio previo en medio de marchas e incredulidad en el gobierno establecido.
Releyendo “En el Enjambre” del filósofo contemporáneo Byung-Chul Han, queda la misma pregunta que formula el pensador en su libro: “¿Qué política, qué democracia sería pensable hoy ante la desaparición de lo público, ante el crecimiento del egoísmo y del narcisismo del ser humano?”. Sin tener la mejor respuesta a esta pregunta, no me cabe duda que en las viejas huestes de la ética están algunas señales necesarias.
Liderazgo y ética deben ir de la mano. La actuación ética de los líderes da el carácter a lo que podremos construir en el futuro para convivir, a lo que se mantiene y a lo que se rompe en el siglo XXI. El modelo jerárquico de un líder súper poderoso y omnisciente y de instituciones inamovibles y rancias ha cambiado dando paso al trabajo en equipo, al trabajo participativo y a la innovación en casi todo modelo conocido. Tendremos que pensar si hacia el futuro necesitaremos los Estados, las empresas, los partidos políticos, las escuelas, y qué emergerá de las nuevas relaciones sociales en un mundo global, difuso y digital.
Si cada hombre y mujer hoy puede representarse a sí mismo, ¿cómo son y serán los nuevos líderes y qué formas nuevas tomarán las instituciones?
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