La Real Academia Española define la marrullería como la astucia tramposa o de mala intención de las personas, a la que, dada la proximidad de las elecciones, bien vale la pena referirnos y tratar de descubrir que está sucediendo desde la óptica del pensamiento lateral.
En escritos anteriores me enuncié que el populismo es una estrategia que se apoya en dos grandes pilares: La polaridad que siembra odio e indignación, y la posverdad. Esos planteamientos a medias que nos confunden y crean polémica, convertidos en un vehículo para resaltar la imagen del candidato y posar como el gran salvador de la democracia; que dudo pueda ser ejercida por quien provoca esta anarquía en las comunicaciones.
Repasemos lo acontecido en los últimos meses y entenderemos el manejo tramposo de la posverdad.
El candidato que dice ser el redentor de Colombia, ha expresado las siguientes posverdades: La política de su gobierno no será extractiva y suspenderán todos los contratos de exploración petrolera en desarrollo; acto seguido entre cortinas y bambalinas dice, que llevará a cabo una política gradual centrada en las energías renovables; de inmediato se desata un gran despliegue informativo y periodístico, cuyo saldo a favor en la imagen, es el candidato de las marrullas.
Una semana más tarde queda atrás la política petrolera y enfila baterías hacia las pensiones, expresa que los fondos privados de pensiones deben ser reformados y claramente expone su interés en nacionalizarlos; vaya polvareda la que se levanta y de nuevo una gran vitrina copa los medios de información a su favor.
Más tarde la emprende contra la institucionalidad de las fuerzas militares, sus acusaciones son temerarias, generando un pulso de calibre institucional, pero el aspirante a la primera magistratura si acaso se sonroja. Sin embargo, el aspaviento no es menor, con razón las fuerzas militares en cabeza de su comandante defienden la tradición de un pilar fundamental de la democracia; ríos de prensa y entrevistas ponderan nuevamente al aspirante a la Casa de Nariño.
Pero era necesario ir más allá, esbozar una posverdad de mayor alcance y confusión, un planteamiento que aportará al barullo del discurso electoral, esta vez se refiere al perdón social, tan ancho como de largo; semántica a borbotones se derrama en todos los discursos de la oposición y los medios de comunicación y, por supuesto, un gran despliegue en las redes sociales, llenas de indignación y habidas de cambio, le dan un parte de triunfo a su promotor.
Y a escasos 8 días de las elecciones era necesario una posverdad de mayor calibre, que trascendiera, que sembrara zozobra e intranquilidad y su atrevimiento no es menor, anuncia en sendos comunicados que habrá un golpe de Estado al proceso electoral en marcha, un atentado contra la democracia y el derecho sagrado al voto, una especie de tsunami con ráfagas de mentiras y veleidades son esparcidas sin fundamento alguno; sin embargo, nuevamente la posverdad hace su trabajo, es la noticia relevante a difundir, allí solo queda un parte de victoria que ha recorrido el camino de la marrullería, semana tras semana.
Como se aprecia, hemos vivido una especie de gatuperio, de embrollos en un discurso tramposo y manipulador, que enreda a los electores, los lleva a una especie de positivismo para capturar su voto con posverdades arropadas en una maraña de planteamientos tenues, pero finalmente imperceptibles para capturar votantes. Así, el proceso de la contienda electoral ha sido víctima de la farsa y las tribulaciones, lo que nos deja un sinsabor sutil de engaño cubierto por el arte de la marrullería, una lección que no podemos perder de vista para la segunda vuelta en las elecciones. Ya su trabajo quedo tejido y esparcido para la primera vuelta.
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