La decisión de la ONU de establecer el 8 de marzo como día internacional de la Mujer y la Paz obedece a una serie de eventos entre los siglos XIX y XX: La muerte brutal de 120 mujeres de una fábrica de textiles en Nueva York que salieron a protestar por los bajos salarios, el 8 de marzo de 1957; mujeres socialistas en Estados Unidos que, en 1909, salieron a conmemorar el día nacional de la mujer con una manifestación de 15.000 personas que clamaban por mejores condiciones laborales y el derecho al voto; mujeres socialistas de Copenhague que, en 1910, marcharon para insistir por el derecho al sufragio universal, la no discriminación laboral y el acceso a educación; 123 mujeres y 23 hombres, la mayoría inmigrantes que, en marzo de 1911, murieron en un incendio en una fábrica en Nueva York porque los dueños cerraron las puertas e impidieron su salida; mujeres rusas que, en marzo de 1917, protestaron por la muerte de dos millones de soldados en la guerra; las manifestaciones que empezaron ese día llevaron a la caída del zar y la llegada de un gobierno provisional que otorgó a las mujeres el derecho al voto.
¿Qué deberíamos conmemorar hoy, como mujeres, o más bien como humanidad? ¿Las masacres y el trato injusto a las mujeres y a las minorías? ¿Lo que la mujer ha ganado en el terreno laboral, en algunos países, en comparación con los hombres? ¿Por qué deberíamos luchar y qué necesitamos reivindicar? Diría que no se trata solo de mujeres y tampoco de feminismos; todos los ismos son dañinos, conducen a la polarización y a la defensa de lo que a veces no es defendible. Reconozco que, a lo largo de la historia las mujeres y muchos otros grupos poblacionales han sido tratados de manera injusta como inferiores, han sufrido discriminación y no han tenido oportunidades que les permitan tener una buena calidad de vida.
Pienso que lo más importante hoy es reconocer y valorar a cada ser en su diferencia y en su contexto de vida. Una perspectiva interesante que contribuye a rescatar el valor de la mujer en la sociedad es la que plantea el teólogo italiano Enzo Bianchi en su libro ‘Jesús y las mujeres’. Para la comunidad judía en la época de Jesús las mujeres eran una presencia oculta, sin voz en la sociedad, relegadas a la intimidad del hogar, dedicadas a un marido-dueño y a sus hijos. Sin embargo, aparece un Jesús que, contra todas las reglas y costumbres de la sociedad, no discrimina entre hombres y mujeres; las invita a ser parte de su círculo íntimo, les permite seguirlo y entrar en su comunidad, acepta que lo vean en público con ellas, les revela su identidad y les permite ser testigos de su pasión, muerte y resurrección. Si siguiéramos el ejemplo de Jesús como guía de nuestra vida aprenderíamos, dice Bianchi, a caminar juntos en la diversidad reconciliada, la convivencia sería mejor y más hermosa.
La psicóloga chilena Pilar Sordo dice que no es cierto que hombres y mujeres seamos iguales, somos absolutamente distintos, no deberíamos hablar de igualdad sino de equidad; reconociendo que cada uno aporta a la sociedad y al mundo afectivo cosas distintas e igualmente importantes y dice: “A las mujeres debo pedirles que, por favor, despierten, pues este sueño nos está llevando a perder nuestra esencia femenina. Se nos olvidó ser mujeres, se nos está olvidando la ternura, acoger, recibir; se nos está olvidando que más que estar orgullosas de ser mujeres por los logros deberíamos estarlo por la posibilidad maravillosa de que la vida pase a través de nosotras, porque somos tierra fecunda para amar y para conectar al mundo masculino con la maravilla de los procesos, de los afectos”.
En este lenguaje de mujer lo invito a preguntarse: ¿Qué es lo más valioso de ese ser femenino que lo ha acompañado en su vida; mamá, maestra, compañera, hermana, hija, amiga. ¿Cuál es el significado que cada uno de nosotros damos a lo femenino? ¿Cómo podríamos conmemorar el día de la mujer reconociendo tanto capacidades y logros como sus necesidades y su esencia femenina?
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