Apenas comenzaba la pandemia cuando con optimismo Slavoj Zizek, el célebre filósofo esloveno, afirmaba que el covid-19 era un golpe al capitalismo al estilo Kill Bill, la película de Quentin Tarantino protagonizada por Uma Thurman. En la segunda entrega de la película, Beatrix Kiddo -el personaje de Thurman- usa una técnica marcial ficticia para matar a Bill, interpretado por David Carradine. Luego de dar cinco pasos, como resultado de una combinación de cinco golpes precisos de Beatrix, el corazón de Bill estalla. El esloveno esperaba que el capitalismo global explotara como el corazón de Bill; que el coronavirus fuera el golpe certero. En su opinión, la pandemia era una señal de que no podíamos seguir con un sistema tan injusto y que el virus precipitaría un cambio necesario y radical. Zizek tenía razón en lo primero, el daño humano y ambiental causado por la desigualdad y la pobreza es insostenible. No la tenía, sin embargo, en lo segundo: de la catástrofe no ha surgido la solidaridad global.
La organización no gubernamental internacional Oxfam acaba de publicar un completo informe sobre los efectos socioambientales de la pandemia: “El virus de la desigualdad: cómo recomponer un mundo devastado por el coronavirus a través de una economía equitativa, justa y sostenible”. Además de sus labores humanitarias, Oxfam es ampliamente reconocida por el seguimiento periódico que hace de la evolución de la desigualdad en el mundo. Los datos de su más reciente informe confirman las palabras de Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, citadas al comienzo del documento: “si bien todos flotamos en el mismo mar, está claro que algunos navegan en súper-yates mientras otros se aferran a desechos flotantes”.
Con base en cifras del Banco Mundial, Oxfam afirma que, en solo nueve meses, las mil personas más ricas del mundo (la mayoría hombres blancos) recuperaron toda la riqueza que habían perdido en los mercados bursátiles al comenzar la pandemia. De hecho, la riqueza de esos multimillonarios aumentó casi cuatro billones de dólares entre marzo y diciembre de 2020. “La fortuna de las diez personas más ricas del mundo -añade el informe- creció en 540.000 millones de dólares durante este período”. De otro lado, se estima que el número de personas que vive con menos de 5,50 dólares al día podría haber aumentado entre 200 y 500 millones en 2020.
Es cierto que el virus no distingue entre clase, género, etnia o nacionalidad. Sin embargo, también es cierto que desnuda hondas brechas sociales y que la desigualdad conlleva grandes diferencias en la vulnerabilidad frente al contagio y su letalidad. Las medidas tomadas por la mayoría de los gobiernos han tenido un fuerte sesgo en contra de las personas que trabajan en la informalidad. Sin medios de vida y sin redes de protección social los dilemas son crueles. “Lo que mata a las personas -señala el informe de Oxfam- no son tan solo las enfermedades sino la injusticia social”. Al cuadro clínico de esa injusticia corresponde también la precariedad de los sistemas públicos de salud. En medio de la crisis, los gobiernos siguen apostándole a la austeridad y la ortodoxia fiscal. Es tan absurdo el conservadurismo financiero en tiempos tan severamente críticos, que incluso el Fondo Monetario Internacional ha pedido abandonar la austeridad y avanzar rápidamente hacia sistemas tributarios progresivos. Sin embargo, los gobiernos están más dispuestos a la represión que a la reforma. La pandemia ha sido la coartada de un autoritarismo que va más allá de lo sanitario y las vacunas son más un ejemplo de competencia que de colaboración. Zizek resultó demasiado optimista.
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