Me he volteado tanto en esta campaña que ya me da pena mirar a los ojos a Isolina, la señora que nos vende los aguacates para el almuerzo. Primero pasé de De la Calle a Alejandro Gaviria, escépticos de la primera línea.
En la última vueltacanela política fui a dar con mis huesitos a las filas del profesor Fajardo cuyo lenguaje corporal, como se dice en el tenis, no es el mejor por culpa de las encuestas.
Me la juego con el exalcalde así el arrecho santandereano Rodolfo Hernández le haya pasado por encima. Ante los resultados, toca repetir que la verdadera encuesta está en las urnas el domingo.
Esta campaña que finalmente no tendrá veeduría internacional está tan alocada que algunos deben estar redactando el comunicado para denunciar el fraude.
Lo digo por Petro y su metida de quimbas sobre el fallido aplazamiento de las elecciones. Pienso en Fico Gutiérrez cuyos jefes goditos han alertado sobre posibles chocorazos.
Hernández y Fico coinciden en que cualquier día, después de sacar el perrito al parque, como quien no quiere la cosa, echaron a volar el globo de su precandidatura. Ahora están ad portas de Palacio.
Fico aprovechó para desprestigiar el tratamiento de vos. Lo utiliza para quedar como ese tipo de lavar y planchar que te trata de vos, como si fueras el Corazón de Jesús. Sus grupos de wasap andan güetes divulgando los primeros resultados de las votaciones en el exterior favorables al heredero del dueto Duque-Uribe.
Hernández puede que reparta cachetadas para dejar sentado su temple santandereano, pero no lo veo reclamando. Tampoco a Fajardo.
El empresario Rodolfo se ve feliz, sonriente, relajado, triunfante, engullendo hormigas culonas, acostándose con las gallinas a las siete de la noche, lejos de la zozobra del poder.
Intervengo en política desde que jugaba masotes. En mayo del 57, con doce años, celebré la caída del general Rojas… aunque no sabía con qué se comía un general.
Un contemporáneo lúdico y memorioso, Julio Robles, me recordó en qué consistía el juego de masotes: practicándolo, no se pierde plata, lo que sea. Se juega por jugar: juguemos bolas (canicas), pero masotes, o sea, ni me quedo con las tuyas ni tú con las mías. Borges avalaría este pasatiempo sin vencedores ni vencidos.
Como tengo memoria de agiotista, recuerdo que era un juego que necesitaba mínima infraestructura. Como la pizingaña, el pipo y cuarta, trompos, pirinola, el escondidijo, yoyo, algunos de los cuales menciona Pilar Posada en su delicioso libro “Corre que te pillo, juegos y juguetes”.
No caeré en la ingenuidad de decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero sugiero aplicar en esta truculenta campaña el espíritu del juego de los masotes: el que ganó, ganó, y el que perdió a pujar para que le vaya bien al nuevo César. Ahí les dejo el cuero.
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