El grabado es una disciplina de las artes plásticas que surge apenas con la invención de la impresión de libros hace un poco más de 500 años. Gutenberg, lo mismo que Durero contaban con una formación de joyeros que les permitió ver a la pintura más allá del lienzo y los pinceles. El uno vació, como elaborando una montura para una piedra fina, letras que entonces podía montar para que sumaran palabras y finalmente frases. A la vez Durero trazó líneas que daban claros y oscuros sobre planchas de metal o madera que después se les aplicaba tinta y se imprimían sobre papel.
Ellos, para asemejarse al libro tradicional hecho por juiciosos monjes a mano y decorado con bellas imágenes a color, se les ocurrió sumar a las letras de molde, imágenes. Así avanzó el libro y así surgió el grabado como tal. Variaban los materiales, ya que se grababa sobre piedra, madera o metal, pero ambos oficios nunca olvidaron su común génesis.
El grabado en Colombia, después de emanciparse del mundo editorial, cuenta con excelentes expositores como Dioscórides Pérez, más es un género que sufre el desinterés de un malentendido modernismo que en la academia adquiere visos de nueva secta con sumos sacerdotes que transpiran fanatismo. Son escasos sus artífices que emplean esa técnica para plasmar sus obras. Su elaboración, que requiere destreza y disciplina de artesano, son seguramente la razón porque pocos artistas hoy en día se sumergen en ese mundo que se debe ver invertido. Cuenta el grabado con una condición singular: se trabaja al revés, o sea lo que se traza sobre la plancha no es lo que se va a ver sobre el papel, igual que los tipistas de las imprentas antiguas, que montaban las galeras con las letras de derecha a izquierda, el grabador debe llevar un doble registro óptico de lo que va a estampar. El grabado no es retro, ni es anticuado solo que es exigente así que muy pocos aceptan ese reto en un mundo donde la velocidad de lo digital confunde a mucho novato, y en donde la deficiencia de una imagen se maquilla con la secuencia del movimiento en video.
Jorge Eliécer Rodríguez, profesor asociado en la Facultad de Artes de la Universidad de Caldas en Manizales, es un hombre que lo atrapó el grabado ya que su proceso manual va con sus exploraciones y personalidad.
Para Rodríguez el arte es el vehículo idóneo para interactuar y profundizar en el mundo y por supuesto en su interior. A él su rumbo se lo dicta una voz interior, no un afán intelectual. Como profesor ha participado en muchas investigaciones que nacen dentro del mismo claustro porque se concibe a la universidad no solo un sitio donde se enseña, sino donde se “investiga”.
En el año 2015 surgió una propuesta que finalmente llevó por nombre “Paisaje sonoro en los rituales ancestrales en el Centro Occidente colombiano”. Con otros colegas Rodríguez se confrontó con la mística indígena de la cual él se siente heredero y parte. A este artista no lo sedujo la historia prehispánica, tampoco la lucha del indio por sus derechos en la actualidad, sino fueron las líneas de los tejidos que impactaron la retina de este artista plástico. Al indagar por el origen y significado de ellas, este hombre emprendió un camino de re encuentro con su ser que implicó traspasar muchas puertas de la percepción. Con viajes al Amazonas, a la Sierra Nevada a aprender con los taitas y mamos Jorge Eliécer conoció y dejó que ese saber transformara su vida. A una investigación científica Rodríguez la convirtió en una búsqueda personal. Como un peregrino emprendió su Camino de Santiago que lo llevó a lo largo de un espiral por los sitios sagrados de la América antes de Colón.
Con este bagaje Jorge Eliécer volvió al taller y sorprendido constató un cambio enorme. Ya la gubia para tallar la plancha de 2 centímetros de ancha no le servía para dejar que su mano se deslizara guiada por una nueva conciencia. Ya es con finas agujas que este hombre transformado plasma un mundo interior que integra una sensibilidad indígena que va mucho más allá de concebir simples artefactos artesanales como la mayoría de nosotros cree.
Resalta que Rodríguez retoma el llamado de lo colectivo dejando muy atrás la fiesta abstrusa del individuo endiosado por la modernidad. Él busca un lenguaje antiguo basado en la experiencia de muchísimos artesanos sin el afán de él sobre salir, le es más importante continuar, de ser parte de esa “escuela” que perfilar su, a veces contaminante, yo. Reverencia Rodríguez con su actitud milenios de tradición artística que la conquista de Occidente nunca logró borrar o desplazar.
Para Rodríguez no surge conflicto entre estos dos mundos, dice él que es uno solo, el suyo o sea que este sensible hombre está viviendo o elaborando un mestizaje en pleno siglo XXI. Esta conciliación, esta potencialización de los dos mundos la hace desde su interior y no como pose, no antepone el arte por el arte, sino parte de la vida misma.
Se puede especular que Rodríguez, después de visitar el Museo del Oro en Bogotá, saldría de allí diciendo que lo que había visto también él lo podría haber hecho.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015