Con este dinámico nombre inauguró el paisajista Jorge Ortiz su exposición la semana pasada en el Museo de Artes de Caldas ubicado en los “bajos” del, para mí, Teatro Los Fundadores. Se trata de una gran muestra con casi 50 cuadros que ponen de relieve que este artista sigue creciendo, sigue trabajando y que sigue explorando a pesar de ya haber establecido un estilo y una temática. Admirable actitud en una ciudad tan estática como Manizales. Me gustan los pintores inconformes con el mundo e inconformes con sus logros, porque ese es el mejor punto de partida para las obras grandes que tanto nos hacen falta.
Recorrer esta exposición es como leer un libro perfectamente dividido en capítulos. Los cuadros de cada pared forman un conjunto que se diferencia de la próxima. Pero es tan bien logrado este trabajo que esa exposición se puede recorrer al modo Rayuela, o sea sin seguir el orden tradicional ya que un hilo muy rojo, el paisaje, empata y une este trabajo.
Ortiz es paisajista y a la vez es surrealista y en esta exposición logra al fin empatar esas dos inclinaciones. Está el Ortiz paisajista que ha absorbido todo los ángulos del paisajismo pictórico dejándose influenciar de un Turner o un Constable, de un Gómez Campuzano o un Ariza.
Mas Ortiz es caldense, hombre de montañas, así que sus paisajes se componen de mitad cielo y mitad tierra y es por medio de la luz que armoniza estas dos fuerzas. Se nota que el paisaje no ha dejado de encantar a este hombre y que acepta vivir ese encanto haciendo énfasis en otro detalle sin perder el tono majestuosos y épico. La pared llamada Línea de Horizonte perfectamente muestra la aproximaciones de este artista al tema del paisaje y como juega la luz con las nubes. Como un músico de jazz este maestro improvisa sobre una melodía harto conocida logrando tonadas nuevas y frescas, saturadas de emoción y fuerza.
Y hay el Ortiz surrealista que usa el lenguaje de los símbolos que al plasmarlos en un lienzo lograr otra realidad que debe ser leída con otra mirada y no con la pupila del lienzo tradicional. Aquí Ortiz quiere pulsar otra fibra, no la de la emoción del espectador. La pared de las locomotoras a vapor pérdidas en el paisaje es la prueba de esa fusión. La admirable fuerza del vapor y del acero, que significaron a lo largo de la historia progreso y desarrollo, aparecen estancadas en el verde de la campiña. ¿Estará hablando Ortiz de los problemas de Colombia? ¿Propiamente del Ferrocarril de Caldas? ¿Está hablando Ortiz del país que a pesar de tenerlo todo, no avanza?
Otra bella pared muestra 3 obras de la colección Proyecto Cordillera del año 2017. Aquí está el Ortiz clásico captando el paisaje que se ve desde Manizales. Las plácidas colinas en tonos oscuros protegidas por un cielo atormentado guarnecido con nubes que son golpeadas por destellos de un solo que se niega seguir su curso. Y con girar pocos metros otra pared que yo llamaría la de la Expedición Coreográfica que muestran un paisaje de páramo con palmas de cera donde predomina el tono amarillo plasmando una mirada dinámica de nuestro paisaje. Se debe recordar que los pintores de esa comisión decimonónica fueron los primeros que retratan nuestra naturaleza. No lo hacían por arte, porque esas acuarelas eran la parte gráfica de ese inventario que hizo el general Codazzi del país, pero fueron estas láminas las que influenciaron a todos los paisajistas posteriores.
Otra pared, llamada Mixturas, muestra a un Ortiz afín a la figura humana, aspecto excluido por él del paisaje. Estos lienzos hacen pensar en Magritte, más Ortiz no pretende seguir el planteamiento radical de este gran surrealista francés. Él quiere hablar del país y la gente, las razas, que lo pueblan y determinan y esto lo logra sacando al ser humano de su entorno y colocándolo ante otro fondo.
Son el total 8 paredes, o sea 8 capítulos de este inteligente y bello libro exposición que Jorge Ortiz reunió. No me cabe duda que esta exposición es el evento pictórico más importante que sucedió, sucede en la ciudad este año.
No debo cerrar sin antes mencionar la primera pared, aquella dedicada a los 100 años del Maestro Enrique Grau que fue amigo y maestro de Jorge Ortiz. A la vez que es un homenaje, es una clave que ayuda a entender al gran pintor que es Jorge Ortiz, porque a pesar de que Grau no pintó paisaje, le transmitió su concepción de arte a Ortiz y creo que esa es el tipo de enseñanza que verdaderamente une al maestro con el alumno.
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