El libro es uno de los objetos que mejor condensa el concepto de cultura, en él se recoge lo mejor del hombre. Mas el libro sufre una fuerte crisis en nuestro medio, no solo lo asedian tecnologías digitales que producen nuevos hábitos de lectura, también padece la desidia del Estado. Es curioso y gratificante a la vez, ver como un hombre, Adrián Osorio, con su librería Roma, progresa. El mes pasado inauguró local propio de 295 m2 en Pereira, demostrando que el negocio de los libros es rentable. Por qué, se preguntarán, hablar de un librero en Pereira; pues resulta que Adrián Osorio es manizaleño y la librería Roma es la más grande de la región, más grande que las librerías de cadena de los centros comerciales. Su radio de influencia es tan amplio que un investigador en Manizales que pretenda emprender un trabajo, primero se asoma a la Roma para ubicar parte de una esquiva bibliografía. Se debe resaltar que la Roma es una librería de segunda, allá donde van a terminar los libros desechados por gentes que no reconocen la fuerza que tienen esos bloquecillos de frágil papel.
La historia de este hombre delgado pero nervudo está ligada a Manizales y sus librerías. Las librerías de don Germán Velásquez, ya sea La Académica del Parque Caldas o La Palabras de la carrera 23, conocieron a Adrián porque él se encargaba de cuidar los carros de la clientela. Pero el negocio del libro lo aprendió con el puesto de libros de Rubén, ubicado sobre la carrera 23 con calle 24 y lo perfeccionó en Mi Libro, otra importante librería de segunda de propiedad del señor Pachón. Hay una anécdota que describe la parábola de este hombre de libros. En el año 1988 cuando Germán Castro Caicedo publicó El Hueco, Adrián le bajó la maleta del carro cuando llegó a Palabras para hacer su presentación, dos décadas después Adrián saludó a Castro en su propia librería para lanzar el libro La Tormenta.
Las librerías de segunda son la necesaria sombra que proyecta la industria del libro desde que se inventó la imprenta en Alemania hace más de 500 años. Estas instituciones indican la pobreza económica de una región y la preponderancia (en nuestro caso la poca preponderancia) que tiene el libro en esa zona. El libro en Colombia es demasiado costoso, deja por fuera del placer de leer a más de la mitad del país, así que una librería de segunda atiende ese anhelo que nuestros planificadores neoliberales de la cultura no han entendido.
Ostenta Adrian Osorio el rango y reconocimiento del gremio como librero. ¿Cómo se define a un librero? Lo más importante es la pasión por los libros, y en eso Adrián es ejemplar. Por supuesto que ser dueño y amo de una librería con más de 45.000 títulos es otro gran soporte. Parte del éxito es la innovación en la comercialización del libro. Sus mercados naturales son ciudades tan distantes como Quibdó o Florencia, donde él va y realiza ferias del libro. La demanda de libros allí es tan baja que no es rentable poner una librería normal, así que las carpas de Adrián se convierten en el único puente entre los escritores y sus libros y los ávidos lectores en esa periferia colombiana. El éxito fue rotundo y ya con tres camiones éste librero realiza ferias en todos los municipios de la región desde hace varias décadas, algo que debería hacer el Estado. Se asombran los televidentes cuando los noticieros destacan al hombre que con un burro surte con libros a regiones apartadas, y no son conscientes que en sus narices trabaja un hombre que logra más impacto en la sociedad, porque supo ampliar ese oficio. Este hombre pragmático que atiende su clientela con jovialidad de comerciante viejo, en el fondo es un soñador y es por eso que ha logrado transformar su entorno y ser el mejor aliado del libro en la región.
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