Hace 36 años, a los 19, comencé a escuchar salsa. Fue como una aparición, de un momento a otro llegó esa música llena de sonidos y vibraciones nuevas, que penetraba lo más profundo del ánimo y ejercía cierto hechizo. No existía YouTube ni Spotify, solo LP, casetes y la radio; y Timbalero, ese templo de la salsa dos cuadras arriba de la iglesia Los Agustinos, ¡cómo extraño a Timbalero! Lo que daría para que hoy existiera tal cual hace tres décadas. Desde entonces, 1984, la salsa ha hecho parte de mi vida, alegrando todos los momentos en que hace presencia, embelesando los sentidos.
Ahora bien, cuando hablo de salsa, hablo de lo que se llama la ‘salsa clásica’, la que nació en Nueva York a principios de la década del sesenta, tuvo su época de apogeo en los setenta y prácticamente desapareció a finales de los ochenta. Lo que se ha hecho en los últimos 30 años es muy poco, y lo que se conoce como salsa romántica es basura, una porquería; lo único que se salva es lo que se siguió haciendo en Cuba en el movimiento de la Timba. Lo bueno es que la salsa clásica quedó grabada y la podemos disfrutar en toda su riqueza, pues lo producido fue mucho.
Pues bien, un responsable directo de esa fascinación permanente que ha ejercido sobre mí la salsa es Johnny Pacheco, el Zorro Plateado, ese gigante, enorme, portento y virtuoso de la música que acaba de viajar a la eternidad. El sonido creado por Pacheco contribuyó en buena medida a que quedara atrapado por la salsa, música que ojalá me acompañe hasta los últimos días.
Johnny Pacheco nació en 1935 en República Dominicana, en Santiago de los Caballeros, su padre era músico y desde muy pequeño siguió los pasos de este. A los 7 años recibió de regalo una armónica y comenzó a interpretar en ella los merengues de su tierra. Emigró a Nueva York con su familia a los 11 años, como tanta gente del Caribe lo hizo en todo el siglo XX, buscando mejores oportunidades. Allá siguió con sus estudios musicales y entró en la movida latina de N.Y.
A partir de 1963 despliega todo su virtuosismo y crea su grupo Pacheco y su Charanga, procurando reeditar el sonido de la charanga que tanto lo había atraído al escucharla en la radio cubana, cuyas ondas llegaban hasta la República Dominicana; las orquestas Aragón, de José Fajardo y Arcano y sus Maravillas eran sus referentes. Pacheco contribuyó en gran medida a la difusión de la charanga, con su sonido dulzón y pegajoso, donde priman los violines y la flauta. Hay que decir que Pacheco tocaba con facilidad armónica, violín, clarinete, saxofón, acordeón, percusión y flauta, en la cual descolló como gran intérprete. Fue un creador musical prolífico: por un lado, compositor de centenares de canciones y por el otro arreglista de lo mejor del repertorio cubano.
Y si por casualidad, al lector no le suena el nombre de Johnny Pacheco, con seguridad la orquesta Fania All Stars sí le dice mucho. La Fania, que fue un sello musical y también una orquesta que se ensamblaba de cuando en cuando para grabar y hacer giras, fue creación de Pacheco. Sin Fania la salsa no hubiera sido lo que fue. Como director musical del sello, fue el responsable de gran cantidad de éxitos, de muchas canciones que han sido bailadas, cantadas y escuchadas millones de veces. Muchos cantantes y músicos realzaron su nombre al trabajar con Pacheco, por ejemplo Celia Cruz, Rubén Blades, Willie Colón, Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Ismael Miranda, Adalberto Santiago y Pete El Conde Rodríguez entre otros. Con la Fania como orquesta, de la cual siempre fue su director, recorrió el mundo entero, con conciertos memorables en Nueva York, Europa, África y Latinoamérica. Nos queda su obra, podremos seguir escuchando Quítate tú, Agua de Clavelito, Corso y Montuno, El Tumbaito, Acuyuyé, Pita Camión, Convergencia, Azuquita Mami, Baila Vicente, Primoroso Cantar, Víralo al Revés, Esa Prieta y centenares de canciones más.
Gracias Johnny Pacheco por traer alegría a este mundo.
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