Las elecciones departamentales y municipales de octubre pasado evidenciaron unos síntomas claros de cambios en la política nacional. Esto fue confirmado por la movilización social que empezó el 21 de noviembre, la que para muchos ha sido la más vigorosa protesta desde el icónico paro nacional de 1977.
Con las elecciones se empezó a respirar un aire nuevo. Los triunfos de Claudia López en Bogotá y Daniel Quintero en Medellín son los signos más evidentes. Claudia es la primera mujer elegida alcaldesa en Bogotá en 31 años de elección popular de alcaldes. A lo que hay que sumarle su condición de lesbiana que para nada ahuyentó al electorado. Quintero no pertenece a la élite social o política de Medellín y venció a un candidato que reúne estos dos privilegios. Ambos nuevos mandatarios cuentan con una educación, esa sí, de élite. Dentro de las sorpresas también hay que contar con los alcaldes de Manizales, Santa Marta, Cartagena y Cúcuta. Y hay muchas más novedades a lo largo y ancho del país, incluyendo concejales y diputados. También llama la atención la gran cantidad de candidatos jóvenes que se presentaron, principalmente dentro de los nuevos partidos como el Verde, con muy buena educación y formación y un genuino interés por lo público, en contraste con la mayoría de miles de concejales y centenares de diputados que tenemos, que brillan por su precariedad e ignorancia o por su ánimo de hacer negocio.
En las protestas se vieron novedosas formas de participación y reclamo, con una agenda mucho más variada que la tradicional reivindicación laboral de las centrales obreras y Fecode, o económica de los paros agrarios. Lo ambiental, la moralidad pública, la equidad como principio y la defensa del acuerdo de paz fueron reclamados con voz vigorosa e inquebrantable. Por el lado de los marchantes se evidenció un cambio muy significativo en su composición típica: no marchó solo la izquierda contestataria; es más, el grueso de los protestantes fueron personas de una nueva clase media educada o en proceso de formación, profesionales independientes, ambientalistas y artistas, estos últimos le dieron un colorido novedoso y estético al paro. Igualmente llegaron a las calles partidos y políticos que están lejos del estereotipo de esa izquierda vieja que la derecha vieja ve en todos los que no piensan como ellos. ¿Que hubo vándalos? Sí, los hubo, pero pocos comparado con los que hay en el Congreso de la República, las asambleas, los concejos, las alcaldías y gobernaciones, y ni qué decir en el poder central. El fenómeno 21N y sus réplicas fue como pasar de la televisión en blanco y negro a la de colores.
El tema de esta Nueva Política no es un asunto local, es un fenómeno que se extiende por muchos países y que tiene patrones claros. El sociólogo español Ignacio Urquizu plantea que la Nueva Política como fenómeno emergente es el resultado de cambios sociales y tecnológicos que se han producido en muchos lugares y que genera una división dentro de la misma sociedad entre los que llama analógicos y los digitales. Marcando un límite arbitrario, dice que los primeros son mayores de 55 años, tienen educación limitada y dificultades con las nuevas tecnologías; los segundos son menores de 55, con buena educación y habilidades tecnológicas. Como cualquier tipología no puede abarcar a todos los individuos y más bien nos muestra una media estadística que sin duda orienta para mirar los fenómenos políticos. Los nuevos ciudadanos están más orientados a los también nuevos partidos, o en países con fuerte bipartidismo apoyan a candidatos alternativos como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez en Estados Unidos dentro del partido Demócrata. La causa ambiental pesa mucho más en sus consideraciones al igual que su repudio a la corrupción y la inequidad.
Sin duda hay un cambio y tiene toda la posibilidad de ser positivo. Pero, no por el solo cambio el futuro está asegurado. Los mandatarios de la Nueva Política pueden llegar también a encarnar los males viejos: codicia, arrogancia, adicción al poder, vanidad y superficialidad, todos ingredientes suficientes para un desastre. Y también los nuevos votantes pueden caer en la banalidad, la otra cara de este mundo hipertecnológico con sus fetiches y becerros de oro.
El más apremiante reto de esta nueva generación política es el ambiental, ojalá tengan la capacidad de afrontarlo ya mismo, de lo contrario no habrá otra generación más adelante ni más política.
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