A nadie tomó por sorpresa la declaración de Iván Márquez, el Paisa, Romaña y otros exguerrilleros de regresar a las armas y el ejercicio de la violencia. No por esto dejó de ser una noticia muy mala para el país, pues se aumenta en algún grado el agregado de violencias de distinto orden que sufren diferentes regiones y poblaciones. Cómo se concrete y se haga tangible este nuevo fenómeno armado es lo que está por verse. Pero de plano, no será el resurgir de las Farc que conocimos, estas desaparecieron para siempre, ya no existen como ejército irregular, el 80% de sus antiguos miembros están en la vida civil y política, y el 20% que se quedó en las armas tienen otra esencia, su naturaleza es radicalmente diferente.
Es bueno recordar que en todos los acuerdos de paz con guerrillas o de dejación de armas con grupos paramilitares que se han dado en los últimos treinta años en Colombia siempre han quedado remanentes de renegados que no entraron a los procesos, o que luego de estos regresaron a la vida armada y violenta. A principios de los noventa un pequeño grupo denominado Jaime Bateman se presentó como disidente del M-19 y actuó durante un tiempo entre Cauca y Valle. Luego de la negociación del Epl con el gobierno de Gaviria, una porción minoritaria de sus combatientes persistieron en la lucha armada al mando de Francisco Caraballo. Es bien sabido cómo en la desmovilización de los paramilitares luego de las negociaciones con el gobierno Uribe, una parte de ellos se quedó en el narcotráfico, la minería ilegal y el control de regiones y poblaciones. Lo que acaba de pasar con Márquez no es nuevo ni raro, es apenas una consecuencia previsible de un proceso de paz. Y si recordamos que unos guerrilleros no se habían acogido al acuerdo de paz logrado en La Habana, el manifiesto de Márquez pierde aún más contundencia. El tema debe preocupar, pero no significa el fracaso del proceso de La Habana, pues 12.000 excombatientes y sus máximos jefes están reintegrados a la vida civil.
En cuanto a la proclama de rebeldía de Márquez es bueno revisar su mensaje y perspectivas. Un levantamiento armado en el 2019, si de verdad se tiene un propósito político de orden contestatario, es una absoluta estupidez, carece del más mínimo sentido. Las verdaderas razones para este regreso a los fusiles hay que explorarlas con cuidado y pensar que no hay causa única, que es la suma de varios motivos. El principal estaría en el riesgo enorme de perder los beneficios judiciales por parte de Márquez y Santrich ante la posibilidad de que se haga evidente sus actividades de narcotráfico después de la firma del acuerdo. Sin embargo, también es bueno tener de presente que ambos fueron engranajes ásperos y resistentes en La Habana, y así llegaron a la firma de la paz, con muchas dudas y desconfianza. La pobre implementación de los compromisos del Estado fue aumentando en ellos su resistencia a una nueva realidad en la que no se sintieron cómodos.
La proclama de Márquez de 33 minutos de duración tiene de base una gran omisión: que todos los nuevos insurrectos están inmersos hasta la médula en el narcotráfico. También acude a una retórica arcaica plagadas de mentiras y estupideces. Pero no hace daño escucharla con atención, porque da pistas de fenómenos al interior del Estado y la política que no le hacen ningún bien a la consolidación de un país en paz y más justo. No porque lo diga un bribón como Márquez hay que hacer oídos sordos.
El mejor antídoto para este brote pernicioso de nueva violencia con ropaje de justa causa libertaria es el cumplimiento de todo el acuerdo de paz. Y en cuanto a la respuesta militar de las Fuerzas Armadas, más vale que recuperen su salud y su integridad ética para poder combatir con éxito a los renegados.
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