Algunos viven aún en la Guerra Fría. Desde su siglo XX juzgan al presidente Petro y a los ministros como si vinieran de la Cortina de Hierro a imponernos el socialismo, el comunismo, el marxismo, el homosexualismo, el ateísmo y todos los ismos del diccionario. Me recuerdan la película «Adiós a Lenin», una comedia de hace 20 años en la que un hijo le oculta a su madre que cayó el Muro de Berlín, para evitar que esa noticia termine por matarla.
Veo ese prejuicio maniqueo, además de matoneo sexista, en quienes ridiculizan a la ministra de Minas y Energía Irene Vélez por su invitación al decrecimiento económico. Le faltó estrategia para comunicar un concepto denso, pero aplaudo que ella haya insertado este debate académico en nuestro diálogo público, y que paralelo a las burlas y memes hayan surgido voces de ambientalistas, economistas, politólogos y periodistas, que explican por qué se trata de una discusión urgente si queremos un mundo sostenible. En esa vía —o mejor, en esa contravía— leí y oí a opinadores tan diversos como Rodrigo Uprimny, Angela María Robledo, María Jimena Duzán, Tatiana Guerrero Acevedo, y Ricardo Correa Robledo, entre otros.
Entiendo que no es lo mismo decrecer en Suiza que en Colombia, un país tan desigual en el que es necesario generar riqueza para redistribuir y satisfacer las necesidades de quienes no tienen ni lo básico. Pero las preguntas sobre hasta dónde crecer, cómo y a qué costo me parecen pertinentes, y por eso sugiero como apéndice o anexo a este debate revisar la experiencia de Pijao, Quindío.
Conocí Pijao en 1999, luego del terremoto, porque ese fue el municipio adoptado por Caldas, cuando se definió que cada departamento arroparía a un municipio quindiano para ayudar en su reconstrucción. Por esa época Pijao sufría no sólo la devastación del sismo sino el conflicto armado. Luego de esa crisis, hace una década se convirtió en el primer municipio de Latinoamérica en integrarse a Cittaslow, un movimiento de ciudades lentas que nació en Italia en los años 80 y que hoy reúne 287 poblados de 33 países, desde Bruselas, Bélgica, hasta Socorro, en Brasil. Municipios comprometidos con reducir el ruido, el tráfico, aumentar las zonas verdes, apoyar a los campesinos y mercados locales, proteger el medio ambiente y preservar tradiciones estéticas y culinarias.
Cittaslow es una derivación del movimiento “slow food” o comida lenta, en oposición a la comida rápida. Son iniciativas que llaman la atención sobre la aceleración del ritmo de vida y fomentan cambios de hábitos cotidianos que privilegien el bienestar. Invitan a que el éxito no se mida sólo en términos de plata, sino de calidad de vida, que implica incluir otro tipo de indicadores relacionados con satisfacción personal, tiempo libre y posibilidades de ocio y placer.
Desde que volví a vivir a Manizales he ido varias veces a Pijao. Me gustan su arquitectura, el paisaje, la comida y el ritmo pausado. Recomiendo, por ejemplo, el “Salón social”, un café con billares en el parque principal, en donde su administrador Mario Duque me explicó hace un tiempo que el café exquisito que prepara sale de una máquina de vapor argentina, de casi 80 años. Los clientes lo buscan por el tinto, pero también para escuchar algo de su enorme colección de LPs de tango, que evidentemente no armó de afán.
En 2015, cuando regresé feliz a Manizales después de muchos años en Bogotá, un periodista radial me preguntó al aire cómo veía mi retroceso. Me sorprendió porque jamás me vi retrocediendo: no quería que a mi hija la recogiera el transporte del colegio antes de las 6:00 a. m., ni seguir gastando más de dos horas diarias en trancones. Volver a Manizales implicó un lujo: rebajarme el sueldo y gastar menos para vivir mejor. Fue una decisión consciente de desacelerar, decrecer para ganar en tiempo libre inmediato, en vez de aplazar ese sueño hasta cumplir la edad de jubilación.
Valdría la pena desacelerar la reactividad frente a la ministra y su propuesta de decrecimiento. Escucharla e intentar entenderla puede convenirle al planeta y también a nuestra salud mental.