Luego de una ausencia de cuatro años, anoche Su Majestad el Diablo recorrió las calles de Riosucio, en medio de la alegría y el colorido que caracterizan al carnaval más antiguo y hermoso de Caldas, declarado patrimonio oral, cultural e inmaterial de la nación.
No hay en nuestro territorio una fiesta que se parezca al Carnaval de Riosucio. Hace un tiempo el director de teatro Geovanny Largo me explicó el montaje de una obra que presentó en Manizales y en medio de la charla me dijo: “Todo el vestuario lo mandé a hacer en Riosucio porque allá sí entienden de eso”. No tuvo necesidad de agregar nada más: quién haya visto alguna vez en su vida el Desfile de Cuadrillas Mayores que se realiza hoy, como cada domingo de Carnaval, entiende de qué estoy hablando. El derroche de diseño, materiales, color y simbolismo de cada traje, incluyendo máscaras, antifaces, penachos y accesorios, evidencia una tradición de décadas, que se transmite de generación en generación, y que conecta a éste con otros carnavales que se programan alrededor del mundo entre el comienzo del año y el inicio de la Semana Santa: desde el de Blancos y Negros, en Pasto, o el de Barranquilla, hasta el de Río de Janeiro y el de Venecia. Los que ya lo vieron saben que no exagero.
Este domingo de carnaval disfrutaremos el Desfile de Cuadrillas Mayores, el acto central de la fiesta: los trajes suntuosos, brillantes y coloridos se complementan con maquillajes elaborados que son el marco fiestero para que cada cuadrilla presente ante el público las letras picarescas que preparó durante meses, y que se acompañan de música en vivo y coreografías. Personas de todas las edades y clases sociales se juntan para danzar y cantar con sátira, ante un público que cada vez es más numeroso. Tanto que los alojamientos y restaurantes de Riosucio y sus alrededores ya no dan abasto para atender a los miles de visitantes.
Sé que escribir que el Desfile de Cuadrillas Mayores es el acto central del Carnaval puede ocasionarme un llamado de atención de “carnavalógolos”, celebrantes ilustres y estudiosos matachines, porque para algunos el momento más feliz e importante es la presentación de las agrupaciones en las Casas Cuadrilleras, al terminar el desfile de hoy. Para otros es la entrada de Su Majestad el Diablo, la noche del sábado, que genera gran expectativa porque, aunque en todas las ediciones el diablo se representa con cuernos, colmillos, alas de murciélago y un calabazo para el guarapo, también en cada fiesta el diseño, el colorido y el tamaño del diablo varían, y parte del juego carnavalero consiste en adivinar cómo será el diablo de este año, y compararlo con los anteriores. Se trata de un diablo efímero que se quema al final del Carnaval, en un ritual que para otros es el momento cumbre. Luego de la quema, hay una procesión fúnebre en la que participan las viudas del diablo y al final se entierra el calabazo.
En «Un pequeño matachín en Riosucio», el libro en el que el periodista Álvaro Gartner cuenta la historia del Carnaval y explica el sentido de cada uno de los rituales, el autor recuerda el origen indígena de las danzas y cantos que se realizaban en Quiebralomo y que derivaron luego en este encuentro cultural majestuoso, que tiene como protagonista a un diablo alegre, festivo y juguetón.
El Carnaval de Riosucio se realiza la primera semana de enero de los años impares desde hace más de un siglo, y congrega a los miembros de los resguardos indígenas, a quienes viven en el casco urbano y a las colonias de riosuceños en distintas ciudades. Hasta ahora sólo se ha interrumpido en tres ocasiones: en los años 20 por la mal llamada Gripe Española, en los 40 por la violencia bipartidista y en 2021 por el covid-19.
Llevábamos cuatro años sin Carnaval. Qué alegría poder cantar al pie de la piedra del Ingrumá, entre los dos parques del pueblo y a ritmo de chirimía: “Salve, salve placer de la vida”. Y también, por supuesto, desayunar o almorzar en la inigualable plaza de mercado de Riosucio, otro placer sin igual.