En octubre de 1999 entrevisté al filósofo español Fernando Savater cuando vino a Manizales a unas Jornadas Juveniles Latinoamericanas. Yo tenía la mitad de mi edad actual y él ya era muy reconocido porque sus libros “Ética para Amador” y “Política para Amador” se leían en colegios y universidades, y porque su lenguaje claro y salpicado de humor generaba reflexiones filosóficas sin la pesadez de los textos canónicos. Podía explicar a Kant con escenas de la película “Tiburón”.
La entrevista fue en la noche en un hotel en Palermo. Savater llevaba una camisa de manga corta, colorida y estampada, como si estuviera en Cartagena. Hablamos más de una hora sobre educación, filosofía y política y con su vozarrón grave, salpicado de carcajadas, me dijo frases como: “una persona que considera que debe cumplir unos mandamientos para poder ir al cielo como premio o para no llegar al infierno como castigo, no es moral en absoluto, porque una persona moral no actúa esperando recompensas”; “vivimos en un Disneylandia espiritual en el que el profesor y el papá quieren siempre parecer simpáticos, aunque eso a veces signifique ceder en su autoridad”; “que un país todavía tenga una educación con visión clerical mayoritaria hay que verlo como un retroceso y una desdicha”; “el maestro es mucho más importante que un banquero pero eso no se refleja en el aprecio social” y “en las dictaduras un pequeño grupo secuestra el mundo de la política, mientras que en las democracias todos somos políticos: si decimos que los políticos son malos, la culpa es nuestra porque elegimos mal”.
Savater era un rockstar de la filosofía. Tenía 52 años, era profesor, dictaba conferencias en distintos países y publicaba en El País, el diario que ayudó a fundar en 1976, seis meses después de la muerte del dictador Francisco Franco, y que acogió a la intelectualidad de la izquierda española del momento.
Y es que Savater se presentaba como un intelectual de izquierda. Sus costuras (algunos dirán “sus complejidades”) empezaron a verse poco después. Recuerdo un debate con Carlos Gaviria Díaz, magistrado de la Corte Constitucional, en el que quedó claro que estaban de acuerdo en la despenalización de las drogas y en la urgencia de una educación laica, pero en otros asuntos, como la respuesta estatal frente a grupos armados ilegales, Savater tenía una visión militarista (fue perseguido por ETA), opuesta a la de Gaviria. Luego, desde España, se declaró partidario de que Estados Unidos interviniera militarmente en Colombia. Este lunes El País lo despidió tras 47 años de escribir para ese periódico. Dijo que lo echaron porque sus ideas ya no cabían en un diario que, según él, actúa como portavoz del actual gobierno español. No obstante “Carne gobernada”, el libro que presentó esta semana, permite intuir que fue un despido inducido por el propio autor, quien latiga a El País con calificativos como: “otro elemento que empeora este diario otrora prestigioso es una desafortunada invasión femenina. En un momento como el actual, en que los mejores columnistas en todos los medios son mujeres y algunos ya casi no leemos otra cosa, en El País nos ha tocado el lote menos lucido”.
Extrañaré su columna de 300 palabras de los sábados. Lo leía siempre porque me interesan quienes escriben bien y piensan distinto a mí (me interesan en ese orden), y porque a veces publicaba postales entrañables sobre el amor, la viudez, el cine o el mar. El cronista argentino Martín Caparrós escribió: “lo curioso fue que tuvieran que echarlo. Si alguien cree que trabaja para “el portavoz del peor gobierno de la democracia”, ¿no se va solo para no participar de semejante horror?”. El Savater de hoy es muy distinto al que conocí hace 25 años (lo mismo dijeron esta semana sobre la valiente Piedad Córdoba). Todos cambiamos, por fortuna, pero hay transformaciones que parecen volteretas. ¿Vale la pena ser columnista de un diario cuando hay diferencias insalvables con la dirección? ¿Cuándo irse? ¿Los medios limitan la libertad de expresión cuando se trata de críticas que salen en sus páginas o las hacen sus articulistas? El caso de Savater deja preguntas, tal y como enseñan los filósofos.