Predios “improductivos” cuya única utilidad parece ser la de venderse para financiar obras de infraestructura y levantar paredes de cemento. Así fue como el secretario de Hacienda, Jhon Alexánder Alzate, calificó el bosque de 4 mil metros cuadrados que hay en el barrio Laureles, de Manizales; como si servir de hogar a al menos 34 especies de plantas y 26 tipos de aves y ser un pulmón urbano no fuese productivo. Como si respirar y acoger vida fuesen acciones inútiles.
El Índice de Vegetación de Diferencia Normalizada (NDVI) es el sistema que se utiliza para calcular el espacio verde existente en cada ciudad, y resalta la importancia de estos pulmones verdes para la calidad de vida de los habitantes de las zonas urbanas. Sus investigaciones señalan que las áreas arborizadas y ricas en biodiversidad, como la del barrio Laureles, impactan de manera positiva nuestra salud. Estos bosques y parques aumentan la esperanza de vida, mejoran la salud mental de los ciudadanos, reducen los males cardiovasculares y mejoran las funciones cognitivas en niños y adultos mayores.
Por su parte, el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) afirma que estos espacios con vegetación “ayudan a mitigar la contaminación atmosférica, el calor y el ruido, contribuyen al secuestro de CO2 y proveen oportunidades para la práctica de ejercicio y la interacción social”. Y la Organización Mundial de la Salud - OMS recomienda el acceso universal a los espacios verdes y marca como objetivo que haya un espacio verde a una distancia de no más de 300 metros en línea recta desde cada domicilio con el fin de mejorar la calidad del aire que respiramos en las ciudades.
Manizales, sin embargo, lleva al menos dos décadas en una terrible y voraz carrera contra estos espacios verdes. Sus administraciones han permitido la deforestación de Monte León, la depredación de la reserva Río Blanco, la tala incesante de urapanes en el sector de Milán (reemplazados por plantas ornamentales que poco contribuyen a la calidad del aire), el recambio constante o desaparición de árboles sobre las avenidas. Allí no se permite que las plantas pelechen y, cuando los árboles empiezan a crecer, la contratitis obliga a los amigos del alcalde de turno a quitarlos para sembrar unos nuevos. Ni hablar de la Avenida Alberto Mendoza o la vía del Alto del Perro y al Cerro de Oro: sus lotes con eucaliptos, arrayanes, yarumos, arbolocos, nogales, guayacanes y demás árboles se están feriando para construir moles de varios pisos que nos privan del paisaje. Ya es difícil ver un atardecer o al Kumanday sin que un edificio de estos se atraviese.
Hace unos años, la abogada y conocedora de temas ambientales Gloria Beatriz Salazar explicó la importancia de los corredores verdes en las ciudades; son como las avenidas para que aves, algunos mamíferos, reptiles e insectos, se muevan a lo largo y ancho de las zonas urbanas hasta sus hogares en los pulmones verdes como el de Laureles. Pero estos ya no existen. Las avenidas Paralela, Santander y Kevin Ángel carecen de arborización adecuada y se han convertido en cañones de edificios donde el smog y el material particulado (expulsado principalmente por el transporte público) se acumula para envenenar nuestros pulmones.
Cada vez que se denuncia que la administración local está talando árboles o atentando contra uno de estos pulmones verdes, se emiten comunicados oficiales anunciando que por cada especie talada se están sembrando otras 20, 30 o 100 en otro lugar. Y mandan la foto del alcalde de turno - rodeado de funcionarios amigos y niños (nunca pueden faltar los niños) -, untado de tierra y con pala en mano, sembrando alguna plántula. ¿Dónde están estos lotes arborizados? ¿Dónde están estos bosques que no los vemos? ¿Por qué se siembran lejos de donde los necesitamos?
Mientras nos responden estas preguntas, el “alcalde verde” Carlos Mario Marín y su secretario Alzate le tienen ganas al bosque del barrio Laureles. Lo talarían y desplazarían o condenarían a muerte a sus animales para dar espacio a que un constructor levante un complejo habitacional que no creo que cumpla la demanda de vivienda que necesita una ciudad como Manizales. Todo con la autorización cómplice del Concejo, condenando a la ciudad a morir por asfixia.