Con motivo de la elección del nuevo gobernador de Caldas, un amigo comentó: “Mi preocupación siempre ha sido con Henry, que ha preferido representar o hacer mandados. Ahora que le toca mandar, queda invocar a los santos. Un rosario diario antes de dormir puede ayudar. Ya sacaron al gerente de la ILC, o sea que tengámonos… ¡vienen temblores!”. El autor de tan apocalíptico vaticinio conoce los talleres donde “se fabrican gobernantes a la medida”. Por algo lo dirá. El amigo en cuestión padece de una enfermedad degenerativa, conocida popularmente como política, aunque su caso no es crónico. Cada tanto lo acometen extraños paroxismos, que lo impelen a abandonar abruptamente su confortable vida, para lanzarse al incierto mundo de las contiendas electorales con el propósito de hacerse derrotar. La ciencia no ha logrado descifrar el origen de tan anómalo comportamiento, pero intuyen que no se agrava, porque tiene anticuerpos inmunizantes en su morfoanatomía decente, honrada y educada, rara vez hallada en el sector público. También es algo ingenuo, ¡alma de Dios! Parece que esto atrofió su instinto de conservación.
Diagnósticos aparte, es necesario pensar cómo podrá Caldas sacar provecho si el nuevo gobernante resulta ser un mandadero, en lugar de un mandatario, atornillado al cargo durante cuatro años. Comenzará con una probabilidad buena: no será peor que el saliente. También es probable que resulte igual y este maltrecho departamento no aguantará tanta mediocridad. Es difícil predecir si el nuevo ocupante del sillón de los Gutiérrez resultará ser el muchachito de los mandados de las empresas electorales que lo auparon. Seguramente así lo buscaban, para sus particulares intereses. Contra eso nada se podrá hacer, ni nadie. Entonces, será un cuatrienio perdido para el departamento. Pero, también, quién quita, que sea un mandadero respondón, con pespuntes de mandatario. Uno que sepa plantar cara a los gamonales para recordarles que un buen gobierno da más réditos políticos que administrar la jurisdicción como si fuera la finca de ellos y los administrados sus reses. No lo son, aunque muchos tengan cuernos…
Cualquiera sea el talante del nuevo gobernador, tiene al frente una tarea que no incomodará a sus patrones, no menoscabará sus intereses y beneficiará enormemente a la comarca y sus habitantes. Una tarea que ningún antecesor acometió o si lo intentó, fue sin criterio ni conocimiento, como los balbuceos regionalistas del que aún habrá de soportarse durante 37 días antes de que se largue, presumiblemente con rumbo al norte. La tarea no es otra que poner a Caldas en el mapa de Colombia. Hasta hoy, el departamento no existe para el resto del país. La razón es sencilla: los seudoinvestigadores, los inventores de falsas tradiciones, los propaladores de mentiras y sus inconscientes repetidores (como cierto par de arquitectos…), lo incluyeron en un imposible
ontológico que llaman nación paisa. Proclaman que todo es hechura de Antioquia, todo se les debe. Caldas no es nada por sí mismo y por eso los colombianos no pueden verlo.
La realidad es muy diferente: Caldas tiene tanto, tanto que le es propio y no tiene deudas históricas ni culturales con nadie. Este departamento es un emporio tan enorme, que por eso los
antioqueños vienen a saquearlo, diciendo que lo nuestro es de ellos, sin poder sustentarlo. El último episodio es el Aguardiente Amarillo, de origen tolimense. Ojalá el nuevo gobernante se proponga mostrar qué es de veras este territorio. Puede convertirlo en marca de cultura autóctona, turismo y calidad humana. Si lo hace, hasta los mandados a sus patrones pasarán a segundo plano. Porque los caldenses agradecerán que también le haga el mandado a Caldas.