Marmato es un municipio caldense. Antes perteneció al Cauca y fue la primera frontera minera de la colonial Gobernación de Popayán. Tiene un pasado importante. Esto no lo saben en Manizales, sobre todo lo de compartir departamento con los manizaleños. Tampoco en Colombia, pues Caldas es inexistente, gracias a la entelequia de una tal nación paisa, inventada por los vecinos de arriba.
Marmato sobrevive con aterradora precariedad. Su vocación económica la rigen las leyes del azar: un día se saca oro de las vetas; lo esconden durante dos, o muchos. La minería es un oficio de aventureros esperanzados, sea industrial, sea artesanal.
Unos y otros libran desde hace dos siglos una sorda lucha por las mejores minas, en la cual llevan la peor parte medianos y pequeños empresarios; barequeros y mazamorreros. Unos están doblegados por las grandes empresas con influyentes cabilderos. Otros carecen de títulos de los socavones que numerosas generaciones de antepasados han arañado. Se les dificulta obtener licencias ambientales y por eso la ignorante burocracia de las agencias estatales de minas consideran pérfidamente que artesanal es sinónimo de ilegal.
De vez en cuando, los mineros deben recurrir a los hechos, para hacerse escuchar: la semana pasada bloquearon la vía Manizales-Medellín, en la entrada de Marmato. Ilusos que son, taponaron lo que permanece taponado. Si no es por el abuso de la empresa que se adueñó de la carretera so pretexto de mejorarla, son los cuasi permanentes deslizamientos provocados por la innecesaria remoción de terrenos deleznables.
Aun así, lograron dialogar con los viceministros del Interior y de Minas y Energía. Sus peticiones son lógicas: una, tener vías decentes. Si la del antiguo Paso de Moná al Llano y la cabecera municipal es casi una trocha, la de Supía-San Juan de Marmato es impracticable. No hay más. El municipio no tiene recursos para arreglar los 20 kilómetros que suman.
Esa es una de las muchas inequidades de este país: los colombianos pagamos el Metro de Medellín y nos están engrampando Hidroituango. (La tal pujanza antioqueña es financiada por quienes no somos antioqueños). Y se insiste en ese cementerio de billones llamado Aerocafé, para que el gobernador de Caldas cumpla su sueño de ver llegar pasajeros del suroeste antioqueño (en chiva, porque tampoco hay carretera). Pero no hay dinero para Marmato.
También se pide exoneración, siquiera rebaja, del precio del peaje en La Felisa para los conductores que trabajan en Marmato, pero viven en Riosucio o Supía. Deben pagarlo dos veces cada día, con tarifa plena, por decisión de la misma empresa que se apoderó de la vía.
Reclaman los mineros recibir del Estado igual tratamiento que las multinacionales establecidas en Marmato. Si éstas explotan las minas de la parte baja del municipio, la alta es para la pequeña minería. Se sigue desconociendo el Comunicado n° 8 de 2017 de la Corte Constitucional, mediante el cual se determinó que Marmato “se ha dedicado históricamente a la minería tradicional”. Sus “modos tradicionales de producción hacen parte de la identidad cultural del pueblo marmateño, constituyen su fuente básica de subsistencia y definen un modo de vida que gira alrededor de la explotación tradicional del oro”.
Así mismo, piden claridad sobre el túnel del Higuerón, que abren las multinacionales y la comunidad ve como perjudicial. Y exigen respeto por los lugares sagrados, que abundan en el occidente caldense y son factor de identidad. Pero esto solo lo entienden quienes nacieron ahí.
Hay que proteger a Marmato. Es un municipio único en Colombia, pero de ello no se han enterado ni en el departamento. Quizás, ni les importa.