Un campeonato profesional de fútbol es como un circo: los mejores futbolistas semejan malabaristas, acróbatas, trapecistas, contorsionistas (¡Neymar!) y equilibristas. También hay payasos: unos dan risa; otros, pesar; asustan o provocan llanto. Los entrenadores son comparables con magos, domadores, mimos, escapistas, titiriteros y ventrílocuos.
A su posesión o carencia de aptitud y actitud se agregan tantísimas circunstancias externas, que el oficio parece un juego de azar. Los hay buenos y malos; de buenas y de malas. Pero prevalece lo que hay entre cerebro y corazón. Más hoy, cuando se erigieron en semidioses que consideran el fútbol como una ciencia exacta, cuyos postulados dictan para que los ejecuten once títeres sin razonamiento ni emociones. (Que los hay, los hay).
A lo largo de 62 años, el Once Caldas ha pasado más tragos amargos que dulces, con variopinto abanico de entrenadores: desde los inolvidables Alfredo Cuezzo y Luis Fernando Montoya, pasando por Javier Álvarez y Juan Carlos Osorio, todos triunfadores. Otros trajeron lauros que aquí no convalidaron, como Rogelio Muñiz, Efraín ‘Caimán’ Sánchez, Juan Manuel Guerra, Jaime Silva, Leonel Montoya… Y gran cantidad de olvidados.
Otros fracasaron rotundamente o jamás debieron venir, como el célebre Amadeo Carrizo, quien ‘cocacoleaba’ por la 23, mientras el equipo se hundía. El manizaleño Alonso ‘Pipa’ Botero y el argentino Dante Lugo dejaron recuerdo imborrable como futbolistas. Como técnicos, el primero dirigió 14 partidos, pero miraba más hacia la tribuna para saludar a los conocidos, que a sus pupilos en el campo. El segundo estuvo en siete juegos y los perdió todos. Otro exjugador fue Alberto Tardivo, quien comprometió a sus compatriotas argentinos a renunciar si lo echaban, lo cual ocurrió.
El ecuatoriano Pablo Ansaldo fue famoso por agarrarse a trompadas con uno de sus dirigidos. Pompilio Páez destrozó en seis partidos el trabajo de dos años y entregó un campeonato que era más difícil perder que ganar. El ambiguo Jaime de la Pava perdió deliberadamente un invicto, porque sus futbolistas no podían con semejante carga. A Jorge Luis Bernal no le sirvieron el argentino Gustavo Canales, ni el chileno Rodrigo Millar: el primero fue después figura en River Plate; el segundo marcó gol con su país en 2010. Américo Pérez cobraba coima por alinear. Diego Édison Umaña malquistaba a los jugadores con los directivos.
La lista negra ha crecido exponencialmente durante el último decenio, con el extravagante Ángel Guillermo Hoyos, el intemperante Javier Torrente y el inepto Hernán Lisi. Vinieron, vieron y cobraron. Francisco Maturana, en su segunda época, vino a vagar. Hubert Bodhert tuvo carta blanca para pasear su incompetencia. Flavio Torres recibía inexplicables regalos de algunos dirigidos y Eduardo Lara usó el equipo para favorecer a los suyos.
Sigue los pasos de sus cercanos antecesores Diego Corredor, técnico de la tercera línea, sin triunfos, notables ni anodinos. Buena parte de la hinchada lo repudia por xenófobo, rosquero, irrespetuoso, promesero y desleal. Juega a la defensiva… de su contrato. Solo lo respalda el presidente, insigne coleccionista de fiascos y chascos.
El Once Caldas es símbolo de nuestra región, pero ajeno como empresa, cuyos propietarios la ven por encima del hombro. Temblamos en cada torneo, viendo cómo lo van acercando a la categoría B, el paraíso monetario de los mercachifles que se apoderaron del fútbol y tememos que alcen con él para Antioquia. Conservamos el inútil orgullo de pertenecer aún a los 23 equipos históricos de América que nunca han descendido... todavía, y una esperanza rayana en la utopía, de volver a clasificar a algo. Lo cual es, casi seguro, jamás se logrará con la creciente lista de técnicos que jamás debieron ser contratados.