Los crímenes que Hardemburg denunció ante el Parlamento inglés incluían, entre otras, estas monstruosidades: crucificar con la cabeza abajo, cortar a los indios en pedazos, estrellar los sesos de los niños contra los árboles, rociar con gasolina a los caucheros y prenderles fuego a unos 100 metros del río, utilizar a los indios para tiro al blanco…; en una ocasión se encontraba un centenar de indios dentro de una maloca hablando de la forma de liberarse de los amos asesinos y fueron sorprendidos por los capataces de la Casa Arana. Al que hablaba le cortaron la lengua y a los oyentes les echaron caucho derretido en los oídos. En otra ocasión pendieron fuego a una maloca con un centenar de indios y colonos dentro.
Para hablar del tercer denunciante de los crímenes de la Casa Arana debemos viajar al Congo Belga, la finca particular que las potencias europeas regalaron al rey Leopoldo II de Bélgica en 1885 y de la que disfrutó hasta 1908, el año de su muerte. Dijimos que Leopoldo asesinó entre 5 y 10 millones de congoleses según algunos historiadores. Leopoldo nunca visitó el Congo, pero se enriqueció explotando el marfil, los diamantes y el caucho. Con el fin de economizar balas ordenaba a sus soldados que para castigar a los congoleses les cortaran las manos. El espectáculo de miles de manos cortadas que cargaban los soldados era macabro.
Para dominar el Congo se valió de Henry Morton Stanley, que de esta manera se hizo partícipe de los crímenes cometidos por el monarca. Sir Roger Casement estuvo en el Congo y denunció las atrocidades de Leopoldo II. Allí conoció a Joseph Conrad, el escritor polaco que escribía en inglés y que también denunció los crímenes del rey belga. Una extraña novela de Conrad, “El corazón de las tinieblas”, se refiere precisamente a las fechorías de Leopoldo II. Y cosas del destino, Conrad murió en 1924 el mismo año de la publicación de la Vorágine, de modo que estamos celebrando dos centenarios.
Cuando en Londres se enteraron de los crímenes de la Casa Arana, empresa que funcionaba con capital inglés, enviaron en 1910 a Sir Roger Casement, que era cónsul en Brasil, a enterarse de los hechos. José Eustasio Rivera lo nombra en la Vorágine. Casement nació, cosa curiosa, mismo año que Julio Arana, 1864. Era hijo de madre católica y padre protestante. En 1893 viajó al Africa como cónsul en Lorenzo Márquez. Conoció a Henry Morton Stanley. Envió a Londres el informe sobre Leopoldo II y fue nombrado Caballero de la Orden de San Jorge en 1911. En 1906 lo habían enviado a Brasil.
Fueron tan horribles los crímenes que a pesar de haber sido cometidos en la profundidad de la selva y de perpetrarse lejos del mundo europeo, el eco de las barbaridades llegó a todo el mundo y el papa Pío XI escribió su penúltima encíclica en 1912 y la tituló Lacrimabili Statu Indorum.