Hace poco llegó a mis manos esta pequeña gran obra de un autor británico, James Allen, nacido en 1864, la publicó en 1903 y, sin duda alguna, ha sido fuente de inspiración para muchas personas, desde hace más de un siglo.
Pero ¿qué tiene de especial este libro de apenas catorce páginas? Pues que en pocas líneas resume un principio filosófico, una gran verdad del ser: somos lo que pensamos. No hay mayor fatalidad que atribuir al destino lo que está en nuestras manos controlar. Desde muy pequeña le vengo diciendo a Mariana que ella es la dueña de sus pensamientos; ella es la que determina qué permite entrar a su mente y qué no. La mente es nuestra gran aliada y también nuestra peor enemiga. Esto lo sintetiza muy bien Allen en la siguiente frase; “Buenos pensamientos producen buenos frutos, malos pensamientos producen malos frutos. (…) El hombre está maniatado sólo por sí mismo. El pensamiento y la acción son los carceleros del destino -ellos nos apresan, si son bajos, ellos también son ángeles de Libertad-  nos liberan, si son nobles.”
“No consigue el hombre aquello que desea y por lo que ora, sino aquello que con justicia se gana. Sus deseos y plegarias sólo son gratificados y atendidos cuando armonizan con sus pensamientos y acciones”. Tal vez sea duro leer esta gran verdad, especialmente en una sociedad que siempre está buscando los culpables afuera y no se responsabiliza de sus propias acciones. Es difícil enseñarles a los hijos a no poner excusas frente a sus errores, tal vez para un padre de familia sea más fácil escribir una nota justificando una llegada tarde al colegio o permitir que el hijo falte simplemente porque tiene pereza. Lo duro es decirle que vaya y ponga la cara y asuma los resultados de sus actos. Pero, si no empiezan ya ¿cuándo van a comenzar a asumir que ellos son los hacedores de su destino?
“El hombre está ansioso de mejorar sus circunstancias, pero no está tan deseoso de mejorarse a sí mismo”. Qué verdad tan grande, resumida en tan pocas palabras. Construirnos como seres humanos es un trabajo diario y continuo, pero la mayoría de las personas viven como autómatas, dejando que la vida los viva, sin hacer su parte, más ahora que existen tantas fuentes de entretenimiento, o más bien de distracción, la gente ya no soporta estar consigo misma, mucho menos el silencio, no se propician espacios para la reflexión, la mayoría de las personas se ensordecen con música estridente y vulgar, que sólo provoca una degradación del ser o si hablamos en términos de energía, una baja vibración. 
“Las circunstancias por las que el hombre se encuentra con el sufrimiento son el resultado de su propia falta de armonía mental, las circunstancias por las que el hombre se encuentra con la buenaventura son el resultado de su propia armonía mental. Buenaventura, no posesiones materiales, es la medida del pensamiento correcto; la infelicidad, no la falta de posesiones materiales, es la medida del pensamiento errado”. Me gusta esa aclaración que hace el autor, pues si hace cien años se confundía la felicidad con riqueza, ahora sí que más. Es por eso que la crisis de valores de una sociedad como la nuestra que, en Colombia, permitió que el narcotráfico floreciera y que las niñas de las mejores familias se comenzaran a casar con mafiosos, porque eran los que les daban el estatus económico (pero no el moral), porque creyeron que plata era sinónimo de felicidad. Habría que preguntarles ahora, a esas mujeres hechas y derechas, el precio que han tenido que pagar por ese negocio que hicieron sus padres y ellas mismas,  a ver qué tanta felicidad les ha traído. 
El libro de James Allen da pie para muchas reflexiones valiosas. Tal vez haga otro artículo al respecto, pero por lo pronto lo invito a leer esta pequeña gran obra.