Actualmente pasa por Bogotá una exposición inmersiva, llamada Vida y Obra de Frida Kahlo, tuve la oportunidad de asistir cuando apenas llevaba unos días de ser inaugurada, en un auditorio de Maloka, especialmente acondicionado para vivir esta experiencia. A diferencia de una exposición en una sala convencional este acercamiento permite escuchar fragmentos del diario de Frida, en una voz que la representa muy bien por su tono áspero, pero a la vez cálido.
La experiencia no es sólo visual, la música también hace parte de ella y, por supuesto, las otras voces que hacen parte de la presentación. Dibujos de sus diarios y textos, algo parecido a poemas, que expresan sus más íntimos pensamientos y su gran amor por el hombre que marcó su vida: Diego Rivera. Esa voz que representa a Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón se encarga de contarnos detalles de su vida, como cuando describe a su padre: “era artista, fotógrafo de profesión, de carácter generoso, inteligente y fino; valiente, porque padeció epilepsia por más de 60 años y nunca dejó de trabajar y de luchar contra Hitler”.
Él fotógrafo, nacido en Alemania, hijo de padres húngaros, se casó con la mexicana Matilde Calderón en segundas nupcias. Con ella tuvo cuatro hijas. Su hermana más cercana fue Cristina, con ella compartió no sólo los momentos más importantes de su vida, también el amor de Diego Rivera. Decir que la relación entre Frida y Diego fue tormentosa es quedarse corto. Esta mujer cuenta que en su vida tuvo dos accidentes, el primero cuando tenía 18 años, iba en un bus que se chocó contra un tranvía: “en mí no hubo lágrimas, el choque nos brincó hacia adelante y, a mí, el pasamanos me atravesó, como la espada a un toro”. El otro accidente fue Diego y “fue de lejos el peor”.
“Empecé a pintar tumbada, porque llevaba un corsé de yeso de la clavícula a la pelvis, los médicos decían que iba a quedarme paralizada, pero un día me levanté y me fui a la casa de Diego con tres de mis cuadros”. El amor entre estos dos artistas fue intenso, ella lo conoció cuando Diego Rivera pintaba un mural en su colegio, pasaron algunos años y la vida los volvió a juntar. Se casaron cuando ella tenía 22 años y el 42, “la unión de la paloma y el elefante”, como ella la describe en uno de los fragmentos de su diario.
Ella quiso tener hijos, pero su delicado estado de salud no se lo permitió y tuvo varias pérdidas, que también fueron motivo de sus cuadros. La primera parte de su vida como artista transcurrió a la sombra de su esposo, pero finalmente logró ser reconocida, primero en Estados Unidos y luego en Europa, donde construyó una amistad con importantes artistas de su época como Marcel Duchamp y Pablo Picasso, quien le regaló unos aretes en forma de manos, con los que aparece en algunos de sus retratos.
Esta mujer vivió el martirio al que la sometió su cuerpo; a lo largo de su vida tuvo 32 cirugías, la última fue la amputación de su pierna derecha, evento del cual escribió: “Pies para qué los quiero si tengo alas pa’volar”. Un año antes de su fallecimiento, el 13 de julio de 1954, su amiga Lola Álvarez Bravo organizó la única exposición individual que tendría la artista en México. Al final de su vida tomaba mucho licor, dicen que una botella de brandy al día, hecho que también registró en su diario: “Bebía porque quería ahogar las penas, pero las malvadas aprendieron a nadar”.
Como lo predijo Diego Rivera, la artista se inmortalizó: “Frida Kahlo es la más grande de los pintores mexicanos, su obra es uno de los mayores y mejores documentos plásticos y más intensos documentos verídicos humanos de nuestro tiempo, será de un valor inestimable para el mundo del futuro”. Expresarlo de una manera más acertada es imposible.