“Gracias a la vida, que me ha dado tanto...”, casi todos los que están leyendo este artículo habrán escuchado y quizás cantado estas líneas de la bella canción de Mercedes Sosa. Hace poco acumulé un año más en mi calendario y si hago un balance, lo que pesa más en él son todas las razones por las que tengo que agradecerle a Dios un año más de vida. Lo primero en mi lista de gratitud es mi hija, tiene casi quince años, es un ser maravilloso, a quien he acompañado a crecer, dándole lo mejor de mí; le he transmitido mis valores, como la gratitud, la honestidad, el ser auténtica; en una época en la que casi todas las niñas se quieren parecer a alguien, yo la veo siendo ella misma y eso me produce infinita alegría. Admiro su inteligencia y su bondad, su paciencia para enseñar y ayudar a otros en sus propios procesos de aprendizaje. Me siento muy afortunada por el privilegio de ser la mamá de Mariana y le doy infinitas gracias a Dios por ello.
La familia en la que nací también ha marcado la diferencia; mi papá, Jaime Chaves Echeverri, fue un hombre muy inteligente y honesto y, sin duda, escogió a la mejor mujer para que fuera nuestra mamá, Livia Echeverry, así que agradezco mi genética y el ambiente en el que crecí, rodeada de hermanas y hermanos, todos muy inteligentes; nuestros almuerzos en casa eran muy interesantes; se hablaba de política, de literatura o de algún tema de actualidad. Ahora que mis padres ya no están, le doy gracias a Dios por tener una familia grande; tratamos de pasar las navidades juntos y, si hay un problema, somos más para ayudar a resolverlo, mi familia es otra de las razones para estar agradecida con la vida.
Mis amigas y amigos son personas muy especiales en mi vida, gente buena y valiosa; tengo con quien compartir diferentes intereses, unos más espirituales, otros intelectuales y algunos más mundanos. Tengo la alegría de conservar a mi primera amiga, nos seguimos acompañando y compartiendo alegrías y tristezas, como lo hacíamos en nuestra infancia y adolescencia. También tengo
grandes amigas del colegio, mis amigas y amigos de la barra del barrio donde crecí y algunos otros que se unieron a esta lista cuando entré a la universidad, que conocí en el trabajo o en alguno de los posgrados que he hecho. Tengo la fortuna de seguir encontrando personas maravillosas con quienes compartir parte de mi vida y a las que puedo llamar amigas.
Mi esposo, aunque murió hace casi doce años, también fue una bendición en mi vida, un hombre hermoso por dentro y por fuera, de quien nunca recibí mal trato y tampoco supe qué era una infidelidad, algo tan común en este medio machista, pero Mario no era machista, todo lo contrario, rechazaba esta parte de nuestra cultura con vehemencia. Su mayor legado es nuestra hija, también
su familia, a quienes aprecio. No puedo terminar este artículo sin nombrar a mis mascotas; ellas han sido un gran motivo de alegría para mí. Desde que tengo memoria he adorado los perros, no importa si son considerados feos o bonitos, si son de raza o no, a los que han llegado a mi vida los he amado profundamente; a Gina, mi inteligente schnauzer, a Lulú, mi caprichosa yorkie, a Max, mi gozque favorito, a todos los pastores alemanes que nos han acompañado, a todas mis mascotas las recuerdo con mucho cariño.
Le doy gracias a Dios por un nuevo año de vida, también le agradezco por ustedes, mis lectores y por esta columna, que me da la oportunidad de compartir lo mejor de mí. Gracias, gracias, gracias.