“Así, mujer, así: de pie y completa, sin bajar la mirada: el pecho erguido; la frente amplia: que el cielo la atraviese, que al sol alumbres, que emblanquezcas la luna. Una orquídea con pétalos de hierro de implacable ternura, se deshoja, más se humecta embebida en su fiereza, y doblega a la injuria con su aroma. Digo mujer, y  digo tu bravura, tu lucidez urgente y atrevida, tu decir “No”, decir “Sí”, decir “Me marcho donde nadie mancille a mi alma digna”. “Sobre mí, decido yo”, dice tu boca nacida para el canto y la palabra, para el beso (no para la mordaza), para el néctar (no para la amargura). Yo te saludo, mujer hecha y derecha (y si deshecha, rehecha por ti misma); Fénix con útero y con dos senos lácteos; tú amamantas lo Nuevo en este mundo. No importa si pariste o no pariste: engendras Libertades y Hermosuras. (Ancestra de progenies luminosas, perpetúas linajes de almas claras). Porque alzaste tus ojos desde el suelo, hoy yo levanto mi frente… y así todas: decimos “No”, decimos “Sí”, decimos “Basta”. Decimos “Soy” (y ya no nos desdecimos). Ni una menos, mujer. Yo te lo afirmo: ni una menos, porque te has multiplicado.”
Este hermoso poema de Virginia Gawel sintetiza muy bien lo que muchas mujeres sentimos. Ser mujer es algo poderoso, quizás por eso durante tanto tiempo se nos negó el derecho a gobernar, a votar, a ser dueñas de nuestro propio patrimonio, también el derecho a la educación, a ejercer como profesionales.  Se nos obligó a negar nuestra sexualidad, quedando relegadas al papel de madres, putas o amantes. Pero existe una gama mucho más amplia de mujeres, cada vez hay más variedad y no sólo eso, una sola mujer puede ser muchas cosas a la vez. Lo que sí está muy claro es que nuestras hijas van a tener un panorama mucho más amplio, muchas más oportunidades para escoger su destino.
Ese es el principal legado que le quiero dejar a mi hija, su derecho a elegir, a pensar por sí misma, sin necesidad de preocuparse por complacer a una figura masculina, así lo quiso Dios y el destino, pues perdió a su papá con apenas tres años y yo la he criado sola. Sin quererlo y sin buscarlo Mariana vive en un matriarcado y yo soy la matriarca, después de la muerte de mi madre, ahora soy yo quien guía esta pequeña manada de dos y vivimos felices, en armonía, compartiendo alegrías y tristezas, búsquedas y aprendizajes, porque esta matriarca sigue construyéndose cada día, sin creer que tiene todo el conocimiento y mucho menos la sabiduría, con una profunda necesidad de Dios, que trata de colmar en sus búsquedas espirituales.
Después de muchos años de ceder y complacer, dejé de traicionarme, dejé de cumplir expectativas ajenas y me dediqué a construir mis propios sueños, que había permitido desbaratar uno a uno. Espero que mi hija nunca pase por eso, tiene permitido soñar y expandir sus alas, para que un día vuele alto y sea todo lo maravillosa que ella quiera ser.  Gracias Dios por haberme hecho Mujer.