“Cuatro puertas hay abiertas al que no tiene dinero: el hospital y la cárcel, la iglesia y el cementerio”.
Daniel Santos
Recién termino de leer La quinta puerta: de cómo la educación en Colombia agudiza las desigualdades en lugar de remediarlas, un libro coeditado por Juan Camilo Cárdenas, Leopoldo Fergusson y Mauricio García Villegas que indaga por las raíces políticas, sociales y culturales de la lamentable situación educativa de Colombia. Puesto que la educación en este país reproduce la desconfianza entre las clases sociales y su consecuente segregación, los autores sugieren, para superarla, que es necesario un pacto social en el que confluyan todas las clases sociales en los distintos niveles de formación. 
Debo confesar que es el trabajo de investigación más profundo y riguroso del que haya tenido conocimiento en materia de historia de la educación en Colombia y de política educativa. Aparte de recomendar su lectura, deseo compartir una reflexión que, en mi prudente conclusión, me ha permitido comprender por qué la escuela pública siempre ha estado en crisis. Mi reflexión no compromete a los autores, pero se desprende del rigor analítico e histórico que realizan sobre lo que llaman el apartheid educativo colombiano. 
La educación siempre ha estado en medio de dos polos de discusión. En la época colonial, por ejemplo, la discusión se dio entre criollos y españoles; estos últimos se arrogaban el derecho a ser educados, mientras que les negaban a los primeros tal beneficio, pues consideraban que los criollos no necesitaban educación, debido a que solo se ocupaban de las labores de carga y oficios pesados. 
Cuando inició la vida republicana, la discusión tuvo como protagonistas a quienes defendían la teoría de que las comunidades religiosas ostentaban las condiciones de idoneidad para ofrecer formación educativa, y quienes, de otro lado, defendían la teoría de que el Estado debía asumir esta función constitucional.  Luego el debate se dio entre los partidos políticos; la escuela que concebían los conservadores era muy diferente a la pensada por los liberales. Ambos sectores estuvieron aferrados a sus credos políticos y no cedían en sus convicciones, más en defensa de sus teorías ideológicas que centrados en el beneficio de los aprendizajes de los niños, dado que la escuela era entendida como un instrumento de entrenamiento y dominación. 
Una nueva etapa de confrontación se presentó entre el bipartidismo (partidos liberal y conservador) y las fuerzas ideológicas de izquierda. Este debate estuvo muy centrado en la Universidad Nacional de Colombia, con motivo del nombramiento de su primer rector Manuel Ancizar Basterra. En aquella época era inconcebible y muy riesgoso para la estabilidad de la Nación entregar la joya de la corona de la formación a una dirección de corte socialista y alternativo. 
En la década de los sesenta y con el surgimiento de la Federación Colombiana de Educadores (Fecode), la pugna por la educación tuvo nuevos actores y protagonistas: los sindicatos y el Gobierno. Pero llevamos más de sesenta años en esta nueva y desafortunada confrontación, sin que se hayan logrado acuerdos o avances importantes en pro de los niños y sus aprendizajes. Aunque se han alcanzado logros importantes para los maestros, y eso hay que desatacarlo, es muy lamentable que la calidad de la educación y el derecho de los niños a aprender no hayan sido un tema de conversación ni mucho menos un elemento clave de las negociaciones. 
En efecto, hace pocos días terminaron las negociaciones entre el Ministerio de Educación Nacional y Fecode. Según los analistas, los resultados fueron muy favorables para los intereses del sindicato y los maestros, cosa que por demás aplaudo y saludo con satisfacción, pero me causa una gran inquietud el hecho de que en estos escenarios no aparece por ningún lado la calidad educativa y la garantía de los aprendizajes de los niños. Llevamos décadas hablando sobre la educación y la escuela, y una de las constantes en dichas conversaciones es que los niños y sus derechos no han sido invitados. Seguro estoy de que el día que así lo hagamos, les abriremos de par en par la quinta puerta de la que habla el libro a todos los escolares de Colombia.