En la columna anterior manifesté mi profunda preocupación acerca de la gran brecha que existe en Colombia entre los tiempos escolares que estudian los niños de las escuelas oficiales y los tiempos de los niños de las escuelas privadas. Agradezco el comentario de un lector que llamó mi atención, porque decía que ya habíamos logrado recortar muchísimo esa distancia por medio del programa de jornada única que se venía aplicando en Colombia en los últimos tres gobiernos.
Es muy particular el modo como surgen y se acaban los programas del sector educativo en Colombia. En el primer mandato de Santos se implementó la jornada única, y fue caótica: no se contaba con la infraestructura necesaria (comedores, restaurantes, baterías sanitarias), tampoco se había definido la programación curricular ni existía la planta docente requerida.
A pesar de estas limitaciones, se inició dicho programa que poco a poco se fue estabilizando, aunque de manera insatisfactoria, porque pareciera que los niños de los colegios públicos no tienen ni el derecho ni la esperanza de contemplar grandes logros; absolutamente todo es mínimo y básico para ellos.
Podríamos decir que la jornada única contaba con las condiciones necesarias, se abrieron restaurantes escolares, se aumentaron las baterías sanitarias y se construyeron nuevas aulas, incluso con una bonanza nunca vista, porque a través del FIE (Fondo de Infraestructura Educativa) se ejecutaron a lo largo y ancho del país las construcciones escolares que jamás se habían edificado. Pero cuando este programa empezaba a estabilizarse, por lo menos en sus condiciones mínimas, llegó el nuevo gobierno y no quiso saber nada al respecto. Debo manifestar que estoy de acuerdo con esta posición.
La jornada única en Colombia empezó con dos horas de clase adicionales diarias por un acuerdo entre el Ministerio de Educación Nacional y Fecode; pero aún no lo entiendo, dado que se rebajó a solo una hora. ¿Por qué a Fecode le interesa que los niños no tengan las horas de estudio suficientes? ¿Por qué esta exigencia hace parte de un pliego de negociación? Pero mi reparo mayor frente a la jornada única consiste fundamentalmente en que nunca puso como principal prioridad el asunto de los aprendizajes. No se trata entonces de aumentar los tiempos si no se mejoran los aprendizajes. En el sistema educativo colombiano es urgente equilibrar la ecuación “Más y mejores tiempos escolares = Más y mejores aprendizajes”.
Cuando hablamos de mejores aprendizajes tenemos que observar de inmediato cuáles son los aspectos o dimensiones que carecen de atención en la escuela o que, aun teniéndola, no poseen los atributos de calidad para que se materialice el derecho a la educación. Este no consiste en abrir las puertas de la escuela y asignarle un cupo a un infante. Honrar el derecho a la educación en su más pura acepción es permitirle al niño que asista con regularidad a una institución educativa segura, limpia, bella, funcional y cómoda, y que le permita acceder al conocimiento y al desarrollo, y promocionar su vida.
Por lo anterior, considero muy acertado que los niños en Colombia asistan a la escuela en jornada extendida no solo a desarrollar programas de lúdica, recreación y bellas artes, sino a desarrollar y fortalecer su dimensión psicoemocional. Asimismo, los niños deben ir a la escuela a aprender, y aunque la alimentación escolar debe ser un programa adicional que mejore sus condiciones, este no constituye la esencia de la escuela. De ser así, solo necesitaríamos comedores comunitarios.