Dentro de las grandes fortalezas del sistema educativo se resalta la vocación educadora del país y sus potencialidades en el talento humano. Sobre lo primero, la educación es un aspecto prioritario en la vida nacional, y por eso las dinámicas de las familias giran en torno a sus realidades educativas, los gobiernos centran sus planes de desarrollo en temas educativos, los candidatos priorizan las agendas escolares en sus programas y la sociedad civil diseña grandes campañas para hacer de la escuela un asunto prioritario. Debo señalar que esta es una gran fortaleza para el país, independientemente de si esas nobles intenciones se logran o no materializar. Pero lamento que la escuela solo sea importante para despertar la sensibilidad nacional, mas no para llevar a cabo los programas de impacto real.
Con relación al segundo aspecto, destaco el talento humano no solo de nuestros profesores y directivos, sino también el de los estudiantes. Los niños que ocupan hoy las escuelas son muy hábiles y tienen grandes condiciones; basta con evaluar la cantidad de eventos, ferias, muestras, foros y demás encuentros nacionales que en diversas dimensiones del saber y del arte se dan cita en el país, los cuales sobresalen por su nivel cultural, académico, artístico, tecnológico, científico y deportivo. Esto sin mencionar que tenemos más de 250.000 chicos en condiciones de excepcionalidad, un patrimonio intelectual que lo envidiaría cualquier país. Otra cosa es que no sabemos para qué sirve y, lo que es peor, no lo atendemos con políticas efectivas que lo aprovechen y potencialicen.
Además, tenemos una gran reserva académica e intelectual en nuestros maestros. La mayoría de las escuelas en Colombia están provistas de doctores, magísteres, especialistas o licenciados en diversas disciplinas. Muchos se han titulado gracias al acompañamiento y el apoyo del Estado, y todos hemos sido reconocidos por los ascensos que hemos logrado en nuestro proceso académico, es decir, se nos paga por nuestros saberes y experticia. Es probable que no lo suficiente ni lo que merecemos, y mucho menos de lo que se reconoce en otros sectores, pero sí existe un reconocimiento salarial de los méritos académicos.
Son escasas las áreas o disciplinas que no cuentan con expertos dentro de la planta docente del Ministerio de Educación Nacional, y esto significa que en la escuela hay profesionales idóneos para atender los requerimientos académicos, curriculares, metodológicos y didácticos. No obstante, el Ministerio y las Secretarías de educación, de manera recurrente y paradójica, contratan operadores privados a grandes costos para atender temas que pertenecen a la agenda escolar y que podrían ser atendidos con la experticia de los maestros y directivos de la planta docente. Dos ejemplos: i) Todos a aprender (PTA), el programa más costoso en la historia de la educación que no refleja los indicadores de impacto esperados en los resultados de las pruebas Saber y PISA; y ii) Evaluar para Avanzar, el actual programa de intervención postpandemia que —¡vaya contradicción!— desconecta la dimensión psicoemocional de los niños, el área más afectada con la pandemia. Y la salud mental, sin duda, debe ser intervenida con urgencia y de manera decidida.
Que alguien me explique, pues no se compadece que, mientras se ejecutan contrataciones tan costosas e ineficaces, se desatiendan las demandas de la escuela por las cuales solo puede y debe responder el Gobierno. Me refiero a infraestructura, dotación, equipamiento, innovación tecnológica y todo aquello que contribuye a generar sanas y óptimas condiciones en su funcionamiento. Estoy por creer lo que alguien me dijo hace unos años: “Pareciera que el Estado está diseñado para que no funcione”. Es una sentencia muy cruel, pero las evidencias le dan la razón.