El Pereira montó la fiesta. Llenó el estadio, pero no encontró el premio que buscaba porque su equipo carece de fútbol. Algo de revancha había por los últimos resultados en contra.
El Alcalde cerró la puerta a las barras del Once Caldas, pero no previó que los disturbios de sus hinchas tendrían otro motivo, la resistencia hacia el entrenador Fernando Suárez, por su incapacidad manifiesta.

Lo suyo, lo de Suárez, discurso provocador, beligerante, sin propuestas atractivas en la cancha. “Me voy cuando San Juan agache el dedo” sentenció para exasperar aún más a los aficionados.

Esta vez no hubo acusaciones de racismo, nunca comprobadas, como en el partido anterior, para enmascarar la derrota o para justificar el empate.
Con el viento en contra jugó el blanco. Cancha ajena, hostil, fútbol de fricciones, en desventaja en el resultado desde los compases iniciales por un error colectivo de atención y aplicación inexplicable.

Jorge Cardona afuera, como siempre, bajo cualquier pretexto cuando se equivoca o cuando el partido se pone difícil. Lo mismo Riquét, para dejar otra vez el equipo con 10. Ambos haciendo de víctimas y no de culpables.

El balón, sin propietario. De punta y para arriba. Sin juego medio y sin ataque. Pintaba mal.
Dominado por el partido con fricciones, se alejó Alejandro García. No pudo con él.
Apareció Hernán D. Herrera, el entrenador, con sus variantes peligrosas, arriesgadas, pero efectivas. Movió la defensa de un lado a otro, refrescó el medio campo de marca y mejoró el trámite con técnica al ingresar a Arteaga y Contreras.
Con un jugador, Luis Palacios, en progreso, de larga ida y vuelta, alternando destrucción con creación, para sobrellevar el jugador menos en la cancha.
Llegó el empate y por poco el triunfo. Lo tuvo Mateo, en la última jugada, después de una triangulación electrizante, que incorporó a Camilo García como vértice y pase.
Desde el juego, cuando encontró las fórmulas, el Once empató y dominó en muchos pasajes. Algo de lo previsto, en el comienzo de una agobiante maratón de partidos que en semana y media lo meterá en la Copa Suramericana y en un mes y un día a confrontar ocho veces con rivales internos y externos.
Este Once, siempre impregnado de actitud, con muchas ganas, las que no le faltan a Dayro, a Mateo, a Cuesta, a Malagón, a Palacios y esta vez a Juan Castaño, quien pega y forcejea, a pesar de algunas limitaciones técnicas, per se impone en los duelos físicos.
Lamentable es lo de James Aguirre. Quiere ser el protagonista. Lo es con sus errores, ahora más frecuentes. Un poco más pudo hacer en el gol en contra.
En la tendencia a provocar al árbitro a confrontar con los rivales y a robarse la escena donde no debe, en las jugadas de estrategia a favor. Pretende enseñarle al goleador, a golear. A esto, lo llaman mareo.