En el fútbol siempre habrá otro domingo, otro partido. Las victorias son efímeras y las celebraciones cortas. Redondo el balón con efectos impredecibles y largas las lenguas.
Acostumbrado a exaltar las victorias como único objetivo, sin importar la calidad del fútbol practicado, y a extender cuentas de cobro a quienes él considera sus enemigos, molesto con las críticas, algo deberá explicar el técnico Herrera, con sensatez, después de la derrota ante Tolima.
El partido fue un fogoso ida y vuelta, con agresiva búsqueda y ocupación de espacios, pero sin las calidades técnicas, para explotarlos. Lo vieron los ojos de los aficionados sin pasiones desbordadas y lo marcaron al final las estadísticas.
Solo Alejo García mostró buenas intenciones en el manejo del balón al comienzo del partido, pero declinó muy rápido. Lo mismo Mateo Zuleta, promediando el juego, solo con destellos.
Dayro, en su pretensión no cumplida de romper el récord y de aclarar la propuesta atacante. Juega bien en estos días. No está en el gol, pero contagia. El registro que pretende lo tiene a la mano.
Temprano llegaron los sustos pero estaba, como siempre, James Aguirre, ágil en la portería, con sus pecados cuando tiene el balón bajo control. Impreciso es en el inicio de las jugadas.
A su lado, como escuderos, Jorge Cardona, recio, con empuje en el dominio de los duelos; Cuesta, recursivo con velocidad en los cierres y en los primeros toques. Y Mateo, dispuesto siempre a batirse a duelo en cualquier lugar y con quien sea.
Buen ritmo, sin duda, en el partido. Intenso. Pero mal jugado. Es el estilo del entrenador. Evitar el error, correr neutralizar y luego atacar, con preferencia en el fútbol fuerza, sin técnica, con limitada relación entre sus líneas. Al final, defender, para no ser goleado.
Se ve en Luis Palacios, un suplente preferido, impetuoso y físico, con evolución en su rendimiento, quien tipifica el fútbol que el Once Caldas busca.
El Once desconoce las ventajas que da el balón en el juego. Es vacilante e intermitente. Pocas veces sereno y preciso.
Tiene una absoluta subordinación al aporte físico, con coraje incalculable, que lo lleva a resistir, a esperar el error del rival, a proponer sin insistencia.
Por eso domina a los rivales cuando aparece la fuerza invisible, generosa en el despliegue.
Clasificado en la Copa, lo que se ve como suculento premio considerada su irregularidad, está obligado a no perder el foco en el torneo. A ir al rescate de las posiciones de privilegio en la tabla. A mantener la propuesta vigorosa pero a reencontrar e Identificar una línea sólida de juego, con el balón como instrumento.
Y en las victorias, con grandeza, a cerrar las bocas.