Fanny Bernal Orozco * liberia53@hotmail.com

 

Se dice que fue Martín Cooper, en 1973, el que inventó el teléfono celular y, hasta este momento, ese dispositivo ha tenido varias transformaciones en su peso, tamaño, forma, precio, nitidez y marcas.

En la actualidad es como tener una computadora en la mano. Ofrece diversas posibilidades para realizar ciertos trabajos, jugar, distraerse, leer o ver las noticias en vivo y en directo, realizar videollamadas, enviar mensajes de voz, ver películas, en fin. Hoy es poco probable que alguien salga de su casa sin llevar consigo su celular. Este hace parte del equipaje cotidiano.

No podemos desconocer que todos estos adelantos son maravillosos, prestan una gran ayuda a las personas y les agilizan sus días. Sin embargo, su uso indiscriminado y sin control, ha generado cambios y afectaciones en los comportamientos de los seres humanos: niños, adolescentes, adultos y viejos.

Antes a los niños se les leían cuentos y era la voz conocida de la madre, el padre o quién estaba al cuidado, quién hacía esta tarea, que además trasmitía seguridad a los pequeños, al poder compartir estos momentos e instantes íntimos e inolvidables. Allí, además de escuchar, había preguntas y diálogo.

Hoy a los niños, inclusive de seis o siete meses de nacidos, se les entrega el celular o la tablet para que vean el cuento animado; mientras los adultos están ocupados en otros aparatos. Ya el importante contacto emocional se dejó a un lado y claro, los niños no tienen como oponerse a esto, pues los están acostumbrando a tales aparatos y se sienten complacidos con lo que ven y oyen en esas pantallas.

Y qué decir de lo que pasa en las clases. Ellos están dispersos, desatentos, ansiosos, no se dan cuenta de lo que pasa a su alrededor: están presentes, pero alejados de la realidad.

Lo peor de todo es que cada vez más, a más temprana edad, los celulares parecen un apéndice de los seres humanos. Un niño de doce años me dijo: "Cuando no tengo el celular, siento que se me va la respiración".

Todo esto lleva a que, día a día, los menores y adolescentes compartan menos tiempo con sus padres, cuidadores o amigos. Prefieren estar conectados todo el tiempo a una pantalla, parecen como hipnotizados, sin cansancio, sin hambre, sin sueño. Un joven estudiante universitario manifestó lo siguiente: "Yo solo me siento seguro cuando me identifico con un personaje de mis juegos. Eso para mí es fascinante".

Tienen responsabilidad los adultos que compran, proveen y permiten el uso sin límites de estos dispositivos, sin saber que la autoestima, el trastorno de ansiedad, la depresión, los trastornos de sueño y hasta alimenticios; así como el temor irracional a estar sin el celular que se denomina nomofobia, forman parte de los síntomas cotidianos de la niñez de hoy.

¿Qué piensan ustedes?.

 

* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.

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