Fernando-Alonso Ramírez
Periodista y abogado, con 30 años de experiencia en La Patria, donde se desempeña como editor de Noticias. Presidió el Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip). Profesor universitario. Autor del libro Cogito, ergo ¡Pum!
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Feliza Bursztyn fue una escultora colombiana que falleció en el exilio en 1982. Gabriel García Márquez, quien presenció el fallecimiento en un restaurante de París, escribió en una columna que ella murió de tristeza.
Desde entonces, Juan Gabriel Vásquez se obsesionó con la pregunta de por qué esta bogotana de origen judío pudo morir de tristeza. ¿Era eso posible? Y como todo autor obsesionado con una pregunta, buscó las respuestas que hoy dan forma a su más reciente novela: Los nombres de Feliza.
Leer esta obra es recordar que hasta hace muy poco tiempo, e incluso todavía en muchos escenarios, las mujeres colombianas han tenido que remar contra la corriente para ser valoradas en su trabajo.
Esa es la historia de Feliza, a quien ni su familia ni su primer esposo quisieron apoyar como la artista que era y menos como la mujer con ideas propias. Se trataba de ese tipo de personas que están adelantadas a su tiempo. Que van un paso más allá de lo que las imposiciones sociales esperan de ellas.
Como es habitual en las novelas de Vásquez, poco a poco nos va llevando como si se tratara de un detective que busca unir las piezas de un caso y nos dirige hacia el desenlace. Es él, como autor, como periodista, un personaje más en busca de la historia y va contando las cosas con tal naturalidad, que todos creemos que es un reportaje. Pero no olviden: es una novela, combinación de hechos ciertos con ficción.
Todos sabemos desde un principio que se trata de una mujer que fallece en el exilio, que la novela está basada en la vida y muerte de esa artista, y aún así queremos que él use su poder de autor para cambiar la historia, pero Juan Gabriel se apega a la historia sin finales alternativos.
Por eso parece un periodista a la hora de indagar los hechos y luego los vuelve literatura en su prosa vertiginosa. Como si fuera poco, también hay algo de ese pensador profundo que también es y del que aprendemos en sus columnas o en libros como La traducción del mundo.
Bursztyn fue víctima de la incomprensión, del machismo, del autoritarismo que se apoderó del país en tiempos del Estatuto de Seguridad (Turbay) y por eso debió alejarse contra su voluntad, algo que nunca pudo aceptar.
El periodismo cultural intelecutaloide dominante de la época queda retratado como una caricatura. Burzstyn, impaciente, no entendía por qué a ella le hacían preguntas sobre su vida privada u otras, que seguramente no le planteaban a artistas hombres que trabajaban materiales parecidos a los de ella.
Marta Traba, la mujer que enseñó a hacer crítica y a perderle miedo al arte moderno en Colombia era su amiga y, de alguna manera, su protectora.
Amiga de grandes intelectuales de la historia colombiana, Feliza misma era una vanguardista con sus esculturas de chatarra vuelta arte, con su mirada abstracta de la belleza y también una mujer capaz de decidir dejarlo todo, incluidas sus hijas, para ser la artista que quería.
En fin, esta es una novela que habla de una época del país, algo en lo que bien le gusta ahondar a Vásquez, el pasado. Es necesario leerla con ojos críticos de cómo las violencias de hoy son las situaciones no resueltas de ayer en esta Colombia que se niega a encontrar la paz.
Solo le hizo falta a la novela incluir algunas imágenes de las obras de Bursztyn, algo que no sería novedad, pues en Las formas de las ruinas ya Vásquez incluyó fotografías . Sin embargo, el lector igual puede ir a internet y encontrar las obras de las que se habla en el libro. Léanla y #HablemosDeLibros y rindamos honor a las mujeres que abrieron las luchas por ellas en Colombia.
Subrayados
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Nunca he podido liberarme de una superstición de periodista que quiere corroborarlo todo.
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Nada más se podía esperar de un país premoderno para el cual era una amenaza una mujer que, además de mujer, quería ser libre.
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El arte es una manera de hablar de cosas de las que no se puede hablar de otra manera.
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No hay nada más caro para alguien que volver a su país después de muerto.