Comenzamos a hablar de la corrupción, no como un hecho aislado, ni como una característica de la clase política. Dijimos que se ha enquistado en todos los sectores de nuestra sociedad, en todas las profesiones, en todas las actividades que se hacen en el día a día. La volvieron rutinaria los políticos deshonestos, los burócratas sin escrúpulos, los servidores públicos indecentes, los funcionarios que cumplen como simples mandaderos las ordenes de los que los mandan, para terminar siendo los que pagan las felonías de los primeros. Parece no importarles mucho. Están convencidos que sus caciques les darán apoyo y protección, cuando la verdad, los utilizan para que sean los que terminen respondiendo por los desmanes que se orquestan desde los altos niveles de los grupos a los que pertenecen.
    Esos inescrupulosos y picaros, no tienen limite, ni conciencia, les falta dignidad y son deshonestos por naturaleza, como un juego en el que ponen a mucha gente en la encrucijada, sin oportunidades de contrarrestarlos y enfrentarlos con energía, determinación y valor. No son solo indecentes y glotones, además son peligrosos. Tienen en sus manos el poder para amedrentar a la población que sin resistencia, se ve sometida a sus desmanes y tropelías.
    Hablamos algunos otros grupos de corruptos, que hacen de la vida cotidiana una vergüenza, un rompecabezas, en el que la ilegalidad se campea por todas las profesiones y por todos los rincones donde actúan. Todo lo hacen aprovechando su posición, para convertir el ejercicio de sus profesiones, la vida cotidiana, en un acto de cinismo e indecencia que pasa todos los límites y todas las barreras. Saben que cuentan con la complicidad de autoridades que no cumplen sus funciones, interesadas en hacer espectáculos escandalosos y circenses con las victimas que escogen, para hacer creer a la gente que ellos si cumplen con su deber y sus funciones. Mentira, ellos tienen montado un espectáculo que produce vergüenza, desmesuradamente vulgar, con el que  se pavonean irreverentes  como si fueran los dueños de la vida pública y privada de los que para su desgracia los tienen ocupando cargos o realizando trabajos que siempre esconden una trampa, un acto de deshonestidad, un descarado aprovechamiento de lo que siendo de todos , creen que les pertenece a ellos, solo porque ocupan o ejercen con indignidad y sin pena los  destinos de sus cargos o profesiones.
    Lo podemos ver en todos los rincones de nuestra patria, en todos los organismos estatales y paraestatales, además de los privados, que convierten su trabajo en un aquelarre que siendo tragedia, creen fiesta. Esa manera de comportarnos como sociedad, tiene que llegar a un punto limite que remueva la indignación de las mayorías, y se produzca una ola que los contrarreste, poniéndolos en evidencia, dejándolos desnudos al arbitrio de las sanciones que solo una comunidad unida y decidida esté dispuesta a darles.
    Para eso tenemos que comenzar por inhabilitar de por vida a todos aquellos que en la vida pública o en sus profesiones o trabajos, se comportan como delincuentes, que no tienen señalamientos, ni castigos.
Colombia no resiste mas toda esta estructura de corrupción y cinismo, con la que vivimos, solo porque de tanto repetir las felonías y deshonras, las volvieron una costumbre que para nuestra desgracia, está llena de basura, pestilencia, podredumbre y cinismo.
    La vida dura poco, inclusive para los que viven mucho; no podemos continuar viviéndola sometidos al azaroso designio de los que con poder o trabajo, hacen de las suyas, con las nuestras, mientras ríen sin vergüenza alguna por los actos cotidianos con los que han deteriorado todo nuestro tejido social, infiltrándolo de todos los vicios adquiridos en lo público o en lo que siendo privado, no hace parte de la intimidad de los actores y payasos que tenemos por todos lados.
    No importa de qué partido sean, ni a cuál religión o profesión pertenezcan; tampoco importa si son patrones, mayordomos o peones. Importa que la sociedad se despierte, no acepte mas los desafueros a la que la tienen sometida y actúe con energía, determinación y sin tregua, para darles su merecido, el del repudio ciudadano; la decidida participación de la comunidad, que les impida sus delitos e indelicadezas, en un país en el que la justicia ha sido degenerada y tiene como mayor logro para su impunidad: el vencimiento de términos.