Colombia no resiste más el enfrentamiento que los sectores políticos más radicales y los que sin serlo, se declaran abiertamente en guerra contra una nueva posibilidad que tenemos en el país. Nos debatimos entre la injusticia social y la absoluta falta de ética política. A lo anterior sumemos la irresponsabilidad que tienen todos los sectores sociales y políticos que nos rodean, cuando aúnan esfuerzos para destrozar lo que nos queda en esta desvencijada democracia.
La institucionalidad aquí ha sido siempre débil, fácilmente franqueable por los que  la manejan a su antojo sin que les importe lo que esto produzca en el conglomerado social al que pertenecemos, una Colombia excluyente e injusta que no siente la menor vergüenza, que no tiene pudor, ni escarmiento, ni conciencia social; esa que carece del mínimo respeto por la dignidad humana, por el derecho inalienable que tenemos todos a vivir en un país digno, decente, incluyente, que no haga diferencias ajenas a las del diario vivir, en la que todos somos distintos, aunque pertenezcamos a una nación en la que constitucionalmente todos somos iguales.
    En esta Colombia que se despedaza a diario, muchos de los medios de comunicación manipulan la información a conveniencia arbitraria e interesada, para desacreditar todos los valores y todos los esfuerzos que se hacen, para tener una nación más incluyente y justa, más dispuesta a tener en cuenta a los colombianos de todas los niveles, sin que su condición social o su posición sean los que determinen la posibilidad de esperar un futuro distinto al que hoy tienen, sin pobreza absoluta, sin los marginalizados en todos los sectores, sin clanes de esclavos de la política  y de los políticos, a los que les sirven de estafetas, sólo porque si no lo hacen, pierden su puesto y su sustento. 
En una Colombia así, no es posible vivir con dignidad; estaríamos siempre sometidos al imperio de los más fuertes, con los gamonales que los patrocinan y muchos delincuentes que se les unen, que no se ruborizar si van produciendo en el día a día toda una debacle nacional, que no parece importarle a muchos, pero que es la que hace que este país no haya dejado de ser una república atrasada, llena de indignidad, deshonra y miseria. Por esos personajes que se han adueñado de todo y se creen propietarios de las conciencias ajenas, haciendo lo que quieren con la honra y dignidad de los colombianos que les sirven, a los que tienen como esclavos sin que puedan ser liberados de su yugo, solo porque el poder que tienen en este país sobrepasa todo lo que pueda imaginarse más allá de cualquier fantasía o cuento imaginario. 
Es una verdadera vergüenza vivir el cotidiano en una nación como la nuestra, llena de políticos y politicastros sin escrúpulos, sin pudor, sin dignidad, sin ética, sin honestidad, sin solidaridad humana, sin remordimientos por todas las fechorías y todos los entramados que construyen a diario, esos que nos han llevado al subdesarrollo, a la falta de oportunidades de manera equitativa para todos los colombianos, a la injusticia social, pero sobre todo, al comportamiento insensato de creer que esa franja de la población que vive en pobreza absoluta, no existe en épocas distintas a las electorales, cuando van y los abrazan como si fueran importantes, sólo porque necesitan legalizar el voto con el cual aparenten, en una democracia que siendo de mentiras, han construido como si fuera de verdad. 
Estamos inundados de movimientos políticos en los que hay personajes salidos de la nada, convertidos en un sin tiempo y sin explicación, en amos y señores de nuestra soberanía; además de muchos ignorantes o tontos que llegan al parlamento, a los puestos políticos solamente por el padrinazgo que tienen en los partidos, que los utilizan para poder hacerse al botín que sacan del presupuesto y de las finanzas públicas, produciendo todos los días más pobreza, desigualdad e incertidumbre.
Llegó el momento de ponerlos a raya, de alejarlos de la posibilidad de que manejen la cosa pública, de quitarles todo el poder y desterrarlos a los lugares en los que deben permanecer, abandonados con su ignominia y deshonra.
Estamos obligados a repensar el cotidiano con una Colombia justa, equitativa, decente y honesta, en la que ser colombiano sea honor y no vergüenza. Entre todos tenemos que construir una Colombia digna y decente de la que no sintamos vergüenza. Colombia tiene que ser digna ahora y serlo por siempre en adelante. Debemos estar preparados para hacer que eso sea posible.