Bernardo Miguel Elías Vidal, el tristemente célebre político y corrupto “Ñoño”, recuperó su libertad y se fue a celebrarlo a Sahagún su tierra de origen, donde le hicieron un recibimiento de héroe, con  una caravana de seguidores, que alucinados sentían el regreso de su  “mandamás”, como si hubiera vuelto la reencarnación del “todo poderoso” a un pueblo, que es estúpidamente complaciente con su jefe corrupto, ignorando de paso que gracias a ese dirigente, esa población y muchos de los que viven en sus alrededores, lo hacen en condiciones infrahumanas, porque  existen personajes desvergonzados y corruptos que como él, han convertido el noble arte de la política en una ordinaria pero poderosa pocilga, en la que se revuelcan cerdos cínicos e inescrupulosos, a los que les deben  buena parte de sus problemas, de su pobreza y de su ignorancia. 
    Esa es una confirmación evidente y grotesca de que en Colombia los corruptos pagan penas menores por delitos mayores, burlan las normas y salen enriquecidos de la nada, con los dineros públicos o de la corrupción, que roban sin asomos de vergüenza y sin que les importe, sabiendo que con unas declaraciones que comprometan a otros, que recibirán las mismas “gangas” cuando sean “colaboradores” de la justicia, recompensados en rebajas de pena, como si delinquir fuera un acto digno de aplausos y admiración que  tuviera que ser premiado por nuestra institucionalidad.
     Es una vergüenza que nos toca a todos los colombianos, pero que les importa a muy poquitos, acostumbrados como se ha vuelto rutina en este pueblo, a que la corrupción hace parte del cotidiano, que seguirlos les da garantías de una esperanza de vida mejor, que por supuesto no tendrán, lo que terminará siendo evidente en el día a día de cada uno de los habitantes de este platanal.
    Pero ese cuadro no es exclusivo de Sahagún. Se repite a diario en todos los rincones de esta patria boba y sin dolientes, en este país carente de la capacidad de quitarles todos los privilegios a los que sin vergüenza alguna y con impunidad, la desangran a diario y la tienen convertida en una guarida de delincuentes políticos con todos los  cómplices que los acompañan, esos que con sus ejecutorias vergonzosas  en el manejo del poder, lo han convertido en una letrina asquerosa, en la que se amasan como una torta de deposición, todos los desechos de sus comportamientos glotones e insaciables, su falta de conciencia y honestidad, su desprecio total  por la transparencia, su burla por el trabajo digno, su menosprecio cínico a  la honestidad y la decencia. 
     Ese cuadro lo vemos en todos los departamentos y en todas las regiones; de norte a sur y de oriente a occidente, sin que los ciudadanos tomemos la determinación de comenzar a impedirlo, con el señalamiento, no aprobación, no respaldo y rechazo total a quienes como el, han convertido cada rincón de Colombia en una guarida de manilargos, ladrones e inescrupulosos, que utilizando el poder, se adueñan de todo sin que sientan remordimientos o vergüenza, porque la mayoría de ellos carecen por completo de autocrítica, son sociópatas o psicópatas que actúan con sofistería y engaño, como si lo estuvieran haciendo bien, cuando la verdad lo hacen muy mal, todo en contra de la gente que habita esta nación llena de necesidades y de afugias, de promesas no cumplidas, de desesperanza y de resignación, ante la imposibilidad de impedirlo porque no tienen el respaldo de una autoridad digna y decente que este decididamente dispuesta a no tolerar los torcidos sin par que cometen a diario los magos agoreros de la policlase que posan de derechos.
    No podemos continuar regalándole el respaldo a personas inescrupulosas en el manejo de lo público, esas que se corrompen todos los días más nuestras endebles bases de “sociedad decente” y democrática, cuando la verdad vivimos en medio de las más generalizadas e impunes de las corrupciones, aceptadas por acción o por omisión, por una ciudadanía que sufre las consecuencias de los malos manejos de los entes políticos en todo el país y sus diferentes territorios.
“Los que quieren tratar a la política y a la moral en forma separada nunca entenderán nada sobre ninguna de las dos”. Eso escribió Jean-Jacques Rousseau, y yo estoy de acuerdo. La práctica de la política no sólo puede, sino que debe conciliarse con los imperativos de la honestidad. Pero, ¿qué es la honestidad o la deshonestidad en un político? ¿Es posible siquiera que un político sea honesto? (Aleksander Kwaśniewski).
Para eso seguiremos con el tema, región por región y con nombres propios.